6/5/10

Un Senado absurdo

Leo que, a partir del otoño, el Senado dispondrá de traducción simultánea para que los senadores puedan entender los discursos de quienes prefieran expresarse en euskera, en catalán, en gallego o en valenciano. Y yo me pregunto: ¿qué pinta un senador guipuzcoano hablando euskera en el Senado español? ¿O uno de Barcelona hablando catalán? ¿Qué democracia se preserva cuando habla gallego un senador lucense en la plaza de la Marina Española, en Madrid?

Lo de los traductores simultáneos se ha promovido para que el Senado "ejerza con plenitud su función de representación territorial", porque para ello es necesario ampliar "al conjunto de la actividad de la Cámara, y singularmente al Pleno, la posibilidad de que las intervenciones se realicen en cualquiera de las lenguas oficiales de una comunidad autónoma”. Pues no, eso es mentira. La plenitud de la susodicha representatividad territorial no se alcanza así. La plenitud de la que hablan se consigue mediante acertadas discusiones, inteligentes acuerdos, interesantes debates y bienintencionados consensos: es decir, con política de utilidad para la ciudadanía, trabajando por el bien común. Lo de los idiomas es otra cosa. Parece como si no bastase con los esfuerzos ingentes (extralimitados) que realizan para no perder ni un sintagma de estas lenguas. Parece como si sólo se tratase de derrocar lo que no puede ser vencido.

En esta carrera loca, desaforada, que se ha emprendido desde las CCAA, estos modernos reinos (perdón, repúblicas) de taifas que nos toca sufrir, con todo su déficit, su dispendio sin mesura, sus irracionales batallas desintegradoras, etc., sólo faltaba por ver que obligasen a erigir en la capital del Estado una suerte de Pequeñas Naciones Unidas, a cuya asamblea acudiesen los delegados con sus folklores y esencias para discutir, cada cual en su idioma (teniendo todos ellos uno en común), lo que pasa en cada rincón de la piel de toro. Ahora ya se ha visto. ¿Qué será lo siguiente?

La política está rebosante de idiotez. Las propuestas son cada día más disparatadas. El atractivo de la desintegración seduce por doquier. De tanto magnificar su diminuto valor personal e intelectual, los políticos han terminado por olvidarse del pueblo. Ya sólo discuten de sus ombligos, de sus visiones, de sus pequeñeces (regionales) a las que consideran poco menos que universales. Avanzan hundiéndonos a todos en el absurdo. Vivimos regidos por una colosal e inmensa mentira.


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