15/6/23

Descarbonizando, que es gerundio

Descarbonizar la energía mundial, sustituyéndola por energías renovables o por la nuclear representa una inversión de 100 billones de dólares (billones = millones de millones). Una cifra similar al PIB global, de todos los países del planeta juntos. Para llegar a la eliminación total de las emisiones de gases de efecto invernadero (de origen humano) sería necesario reemplazar todo el parque de vehículos mundial (unos 1.500 millones, entre coches y vehículos pesados), instalar el almacenamiento eléctrico necesario para paliar la intermitencia de las renovables, modificar todos los edificios para electrificar la calefacción o las cocinas (que no sean eléctricas) y reemplazar por completo todas las industrias del carbón y del acero, porque emiten CO2 con sus procesos de fabricación actuales (y no son las únicas). Esto quiere decir que la cifra real para alcanzar la descarbonización completa ha de ser aún mucho mayor.

No hace mucho, el responsable del área global de sostenibilidad del BBVA mencionó en una entrevista en Onda Cero la cifra de 275 billones de dólares como aproximación al coste total de las inversiones necesarias para lograr el ansiado "net zero". 

El informe McKinsey de 2021 titulado "La transición hacia emisiones cero. Lo que puede costar y lo que puede suponer" estima en 275 billones de dólares el coste total de las inversiones para alcanzar el idílico "Net Zero". Esta cantidad se ha estimado con un alto margen de error potencial (por la sencilla razón de que estimar costes a 30 años vista no es un ejercicio fácil). Representa una inversión anual hasta 2050 de más de nueve billones de dólares, es decir, una inversión anual durante los próximos 28 años de más del 9% del PIB actual de todo el planeta. Algunas de esas inversiones ya se han puesto en marcha, lo que reduciría la cifra final al 3 o 4% del PIB planetario. 



Lo llamamos inversiones, y estarán soportadas en su mayoría por el sector privado esperando obtener un retorno de su inversión. Pero el informe de McKinsey asume que el coste de la electricidad subiría un 25% entre 2020 y 2040 para comenzar a descender desde entonces (los autores mencionan que en 2050 aún estaría un 20% por encima del coste de 2020). Estiman también que el coste del acero y del cemento, componentes fundamentales de infinidad de productos, entre ellos las instalaciones de energías renovables solares y especialmente eólicas, podrían subir un 30 y un 45%, respectivamente.

La humanidad habrá invertido ingentes cantidades económicas y los consumidores y empresas pagarán más cara la electricidad y muchos productos terminados. La idea de descarbonizarnos es acabar con los daños causados por el cambio climático. Eso significa que esas inversiones del 3-4% del PIB global cada año durante los próximos 30 habrían de evitar otros costes, mucho mayores. Pero la realidad es que no es así. O al menos no se lo pareció al IPCC en su informe especial de 2018, que estima los daños adicionales por una subida de 3,66 grados en 2100 (no en 2050) en un 2,1% del PIB respecto a los que habría en el caso de alcanzarse el objetivo del Acuerdo de París de no superar dos grados de incremento de temperatura global. Teniendo en cuenta, además, que con la tendencia actual el propio IPCC en su último informe apunta a una subida de temperaturas en 2100 de unos 2,7 grados, es evidente que el daño evitado estimado sería sensiblemente inferior.

No parece pues que una inversión de la magnitud descrita tenga sentido económico, o al menos no parece tenerlo si el beneficio son los daños económicos evitados por la subida de temperaturas.


En la tierra de Mordor

Lo de Pedro Sánchez en los recientes comicios autonómicos y consistoriales, absurdamente convertidos por él mismo en una suerte de plebiscito sobre sí mismo, a tanto llega la paranoia de este individuo, ha devenido en elecciones anticipadas, según el susodicho tras hacer examen de conciencia. Ignoraba que la tuviese, sea lo que fuere que significa tener tal cosa, pero tras dicho análisis forzó un Comité Federal férreamente cerrado alrededor de su figura y comenzó a colocar a los suyos, porque no hemos de olvidar que en esto de la política, por inútil que sea el contendiente, no han de faltar corifeos ni acólitos. El tipejo no ha reparado jamás en premiar la obediencia, en defenestrar a los críticos o fracasados, y en el desprecio a todas, se dice bien, todas, las instituciones del Estado, que están ahí, según esa conciencia profundamente analizada por sí mismo, para su único fin y provecho. Nada de todo lo anterior fue jamás parte de la identidad del partido socialista, pero qué más da: el mundo está preñado de votantes a quienes la dignidad, la honradez y el desinterés importa un comino porque, total, el mundo se divide en un ellos y en un nosotros, y a ese nosotros hay que defender (votar) aunque pongan como cabeza de cartel al gañán más inculto y destructivo que ha pisado nunca la piel de toro (y eso que ya estábamos escarmentados del Mr. Bean).

En realidad, dentro del partido, el indocto que aún nos gobierna (cuán largo se está haciendo) no ha dejado de practicar la misma política de enfrentamiento, banalidad y tensión que ha ejercido desde que se aliase con la flor y nata de nuestras mentes políticas (Bildu, Podemos, lo de Teruel, lo de Canarias, el Pene en Uve, alguno que olvido...) para echar al vago redomado de Pontevedra, experto lector de diarios deportivos y nefasto gestor de su propia ideología. Incluso lo ha fomentado en el seno del Consejo de Ministros, con ese par de incultas faltonas que han desquiciado el feminismo por décadas en aras de un wokismo, movimiento experto en convertir rarezas y minorías en purita tendencia. Lo de menos es aquello que más debería habernos interesado: las dificultades de la pandemia, la crisis surgida del virus, la guerra ucraniana. Como no dispone de absolutamente ninguna cualidad para ejercer de líder, porque tan solo sabe ejercer de tirano, en ninguno de estos envites reforzó su perfil de estadista, aunando fuerzas con la oposición (a la que desprecia) o rodeándose de expertos. El diálogo ha de ser lo que sucede cada mañana cuando se mira en el espejo, pero ignora cómo acabó la reina bruja del cuento (él es la reina bruja, no el espejo). Que de tan extraños atavíos surgiese cuantiosa manipulación y tremebundas mentiras, era lo esperable. Así, el Gobierno (todos sus ministros, de uno u otro partido) ha calificado de fascista a cualquier elemento de la oposición, tanto parlamentaria, como empresarial, como mediática. En el primer ámbito, siempre le han acompañado los buitres carroñeros que, para cualquier paso, le han exigido hasta los calzones que porta. En el segundo, y ya es lamentable, ha contado con la connivencia del Ibex, salvo Inditex, lo cual dice mucho de esos ejecutivos que medran por la vida pública. Y en el tercero, el mediático, nunca antes han crecido los lameculos como con este desperfecto político. Vaya tela. Si resulta que seremos los demás los equivocados...

La pandemia, finalmente, se resolvió con decretazos inconstitucionales, expertos fantasmagóricos (me niego calificar de experto al yerno zaragozano de un ex ministro que salía por la tele), y todo tipo de maniobras de ocultación y falsificación de los hechos. La política exterior ni se ha debatido en el parlamento. No ha tenido el menor asomo de vergüenza (siquiera ajena) en invadir las instituciones y colocar a sus amiguetes (tan inútiles como él) en las empresas públicas. Eso sí, ha mantenido al frente del CIS a un señor que ha ganado, por derecho propio, ser estudiado en las facultades de sociología y estadística por los siglos de los siglos, y no para bien. Y ahora que las ve canutas, ha avanzado el reparto de millones y más millones a cualquier colectivo o grupo social cuyo voto crea que puede arañar. Lo del apoyo al nacionalismo, secesionismo, antilingüismo y demás zoología es simple cuestión de números hemicíclicos (pero no estoy seguro de que no comparta las mismas tesis: tengo la sospecha de que acaba creyendo a pies juntillas cualquier idea que cruce su desolado cerebro, por estúpida o infecta que sea).

Todo esto explica por qué los próximos comicios son contemplados por el sufriente ciudadano como un épico combate entre las fuerzas del bien contra las del mal. Me pregunto dónde está el hobbit que sepulte al ególatra en su propia inanidad.



Los conspiradores del 11M

A mucha, muchísima gente, hablar del 11-M produce pereza, indolencia, una pizca de hartazgo, y no poca irritación. Salvo para quienes están ...