4/5/22

Adiós ríos, adiós montes

No me gustan los políticos, en general. Y no me gusta Núñez Feijóo como político en particular. Da igual que haya sido aclamado unánimemente por los suyos: la situación dentro del partido de la gaviota era tan notoriamente mediocre que cualquier opción de escape se hubiese aplaudido con igual fruición. También da igual que en Galicia haya obtenido varias mayorías absolutas consecutivas: las autonomías no dejan de ser un engendro espantoso para la administración de lo regional, del terruño, sin prevalencia alguna en los asuntos que afectan a las naciones, papel solo reservado (precisamente) a las naciones (seguramente es lo que más duele en Cataluña: seguir siendo una región con independencia de sueños independentistas; en Euskadi duele menos porque a los vascos, en realidad, les encanta ser un huerto y decir -cuando salen de vacaciones- que ese huerto es solo suyo aunque se paseen los lobos por él). La cuestión es que Núñez Feijóo no me gusta: quizá sepa poner orden y concierto en su calamitoso partido, pero su estilo político es tan grisáceo como lo era el del señor de Pontevedra y sus ideas suenan a más de lo mismo. 


Desengañémonos: un insensato tan dañino y tan cargado de inquina como Pedro Sánchez, que nunca ha sabido ni querido gobernar, solo hacer lo que fuere necesario para vivir en palacio, exige una moción de censura diaria durante meses porque material para justificarla lo encontramos a diario. Es un dictador, aunque él no lo sepa aún (probablemente nunca lo sabrá, dado su afán por ser inculto). Por ello mismo, asombra que nadie haya sido capaz de articular una oposición dura, eficaz y continuada contra quien exhibe continuamente ruindad y lamentables imágenes de tóxica dependencia de los socios por él mismo elegidos. Su acción de gobierno consiste en no tener ninguna acción racional ni sensata de gobierno salvo, al socaire de las leyes y preceptos constitucionales, hacer lo que le da la real gana (debe de creerse un rey-sol reencarnado) y entregar a bildutarras y separatistas los que a estos les da la real gana en contraprestación. Como da la casualidad de que al uno lo único que le da la real gana hacer a este andoba es ser presidente, pero no gobernar un país, ni preservar la estabilidad institucional, ni asegurar el marco jurídico, y que a los socios lo que les da la real gana es masacrar el estado tanto como sea posible en aras de sus ensoñaciones, al final lo que nos queda es la sensación de que nos hallamos no ante el gobierno más débil, mediocre e inútil de la historia reciente, que también, sino sobre todo ante el idiota más embustero y pernicioso que ha conocido este país en los últimos 40 años.

Hablamos de España como parte de Europa y la Unión Europea, pero a raíz de la pandemia, y también de la crisis en Ucrania, En América Latina las naciones han construido democracias sin separación de poderes ni respeto por las instituciones. ¿Les suena? Sin separación de poderes no hay democracia, sino simple dictadura de la mayoría (parlamentaria), como denunció Tocqueville en el siglo XIX. Lo estamos viendo en los movimientos populistas que gobiernan México, Perú, Chile o Bolivia. Son identitarios y nacionalistas, han adquirido el hábito de gobernar por decreto, so pretexto de la urgencia de sus acciones. El desprecio de este Gobierno hacia las instituciones, y de otros gobiernos constitucionales como el de la Generalitat catalana contra su propia legalidad, no es una anomalía democrática: es una falta absoluta de respeto hacia la democracia representativa. Quienes piensan que Su Sanchidad trata simplemente de adaptar su praxis y discurso (o lo que fuere que significa para él estos términos) al avance en los acuerdos y exigencias de sus socios, tan infinitos como ciertamente los entrevemos, descuidan el hecho de la obstinación del presidente por cambiar las reglas en beneficio propio siempre que lo encuentra conveniente a sus intereses.

No tengo duda alguna de que Pedro Sánchez va a desaparecer en un futuro inmediato no solo del palacio monclovita, también de la política española e inclusive del fondo de armario de su partido, el PSOE (el posesivo nunca fue más personalista: PedroSánchezOEoéoéoé...). Usted dirá, y yo concuerdo, que toda este descontento se ha de articular políticamente. Y se viene haciendo. Pero no exclusivamente por parte del militante pepero. Como los bilduetarras o los independentistas votan solo una vez, al igual que el resto de electores, por mucho que quieran apoyar al pedrete para perpetuarlo por lo mucho que les conviene para hacer caja y agrandar la mofa y befa al resto de España (sí, ellos también son España, aunque les pese, que tal es la desgracia que los demás hemos de arrostrar), no tendrán más remedio que insertar en la urna la papeleta de los suyos. Luego el pedrete depende solo de sus votantes más fieles, porque muchos se han marchado a otras propuestas o a descansar en el sofá. En conclusión, el infausto inventor de las sancheces se irá a gorrazos porque ni tan siquiera lo apoyan los suyos, que están viendo cómo todo el Gobierno se ha convertido en un entramado demencial donde nadie acierta una a derechas (o izquierdas) de tan envilecidos como están por sus (mediocres) obsesiones ideológicas. Hay cosas que los micrófonos o las portavocías no pueden, por más que se empleen: convencer al individuo de a pie que todo lo malo que le pasa u observa es por el propio bien de la sociedad. Los medios de comunicación afines (los hay a cientos: ¿qué le ha pasado al periodismo para que ni siquiera esta brutal aversión que nos hostiga haya descabalgado su defensa ideológica?) también le acabarán dando la espalda, aunque tarden. El resumen de la jugada es: todo mientras mande, nada en cuanto desaloje. 

El mérito de enviar al indocto a la mie... al obstracismo, no será de Núñez Feijoo sino de los españoles, que le vienen abucheando desde hace meses y dando la espalda en cuantas elecciones regionales compite su partido. Y en esta refriega ha resplandecido una política que le tumbó hace un año en unos comicios regionales históricos y del que aún el susodicho indocto no se ha recompuesto: ese 4M lo lleva clavado entre las costillas, alentando unas ansias de venganza inmensurables. Fútiles, como todo él a estas alturas, pero inmensas. Por eso el único enemigo del pedrete no es Núñez Feijóo: es Ayuso. La odia y desprecia porque sabe que le dio matarile (a él, y no a ese falso bolchevique iracundo que antes llevaba coleta y ahora solo arrastra su despreciable -por insignificante- ser). Ya se cargó la madrileña de entre los suyos al teodorico y al casadero, chuchos abandonados en el momento de escribir este artículo. Por alguna razón que ignoro, en su partido decidieron colocar en lo más alto al gallego Núñez Feijóo, que no hizo nada en todo ese tiempo de teodoridades muchas, previas al copetazo del casadito. Ella también lo decidió, presumiblemente porque sabía que no era su momento por haber sido quien blandiese la espada de la muerte todo el tiempo que duró el embate interno, cuyo reflejo enceguece las voluntades propias y ajenas. Su prédica de "la tercera España", deprecación muy adecuada para una democracia serena y sosegada ahora que el Gobierno está preñado de ministros incultos y (que no por) comunistas y aliado con todos los enemigos de la patria, es el mensaje correcto (mejor que lo del partido pandillero, que suena raro aunque se entienda bien en su contexto). Mucho más correcto que los improvisados anuncios del gallego que no suenan a nada, tampoco a alternativa. Más bien suenan a pontevedrés, y ya sabemos lo que eso significa: programas masivos de gasto público, lo mismo que las políticas de izquierda; pulsión socialdemócrata hasta el paroxismo que pronto deviene crisis tal vez terminal; compromisos de gasto insoslayables y constantes remiendos de gasto nuevo que torna estructural para mayores alturas de la deuda pública... Ni crecimiento, ni empleo, ni futuro. Es lo que tiene asumir el papel de garante de la socialdemocracia, ser un Estado paternalista que achicharra sin mesura la iniciativa privada, ser el gestor atontado de un modelo agotado, tan agotado que todos los partidos socialistas están desapareciendo, salvo aquí, donde el PSOE de Su Sanchidad se ha enfundado las alforjas de bandolero, echándose al monte y no precisamente el de los olivos. 

En su feudo, Núñez Feijóo ya renunció hace tiempo a los viejos principios (basta con escrutar sus decisiones en materia de salud cuando el Covid) y si le va bien es porque, al menos, sabe gestionar y lo hace con juicio y criterio. Tener un presidente así no sería poco éxito, sin duda, pero no hablamos de un gobierno autonómico cuyo presupuesto lo reparte el gobierno central, sino del Gobierno de un Estado ya inmanejable, prácticamente quebrado, con una deuda muy superior a los bienes y servicios que es capaz de producir en un año entero. El desafío no es mandar porque ya toca. EL desafío es efectuar una revisión integral del modelo, mucho más allá de su vertiente económica, y desalojar las innúmeras plagas que se han acostumbrado muy rápido a vivir de puta madre con los impuestos que pagan empresas y ciudadanos. Por eso no me gusta el gallego: una gestoría profesional puede llevar las riendas presupuestarias del país bastante mejor de lo que lo hacen nuestros mandamases. El asunto aún pendiente es cómo destrozar la porquería de consenso socialdemócrata que impera en Europa desde hace décadas, que conlleva un gasto público desenfrenado, impuestos demencialmente alcistas y sin rebajes, más políticos y funcionarios dispuestos a decirnos cómo vivir nuestras vidas... Nada de todo esto hará el gallego cuando llegue al palacio monclovita, que llegará (no hay verraco que aguante otra legislatura más de sancheces y rufianes). Pero tal vez (o eso quiero creer) lo irá practicando Ayuso en su nueva etapa, y cuando le haya salido bien (que le saldrá), será ella quien dé el relevo al gallego en la mesa del Consejo de Ministros.



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