25/7/14

De nuevo el autor de los zombis...

Fue en 2009 (qué lejos queda ya) cuando me topé por casualidad con una novela nacida de un blog y que narraba los típicos acontecimientos que pueblan las historias (fílmicas, todas ellas) de zombis o muertos vivientes. Su autor era (y es) un abogado gallego al que parece que eso de escribir historias de terror le ha llevado definitivamente a la fama: Manel Loureiro.

Huelga decir que no había seguido en absoluto la carrera dizque literaria de este escritor sedicente, y héteme embargado en no poca sorpresa al encontrar dentro del escaparate de una de las librerías más lustrosas de Santiago de Chile, su nombre escrito con versalinas sobre la portada de un libro, "El último pasajero", a semejanza de una tal afamada historia sobre xenomorfos y solitarios astronautas.  ¡Caramba!, me dije, ese andoba me suena: ¿no es aquel petimetre que historiaba sus aventuras y desventuras entre los zombis con prosa similar a la de los niños de sexto de primaria encargados de escribir una redacción? Pues sí, ciertamente, era él, no estaba yo equivocado.

Hace un par de semanas me hice con un ejemplar del nuevo libro en cuestión... y comencé a leerlo. Jamás fui capaz de acabar aquellas historias infumables de zombis (recientemente me enteré de que este autor hubo confeccionado una ¡trilogía! al rebufo de su inopinado éxito), pero el resumen de la contraportada anunciaba enigmas de ultratumba sobre las cubiertas de un Demeter nazi. Tal cual. Sin zombis, me repliqué en sordo soliloquio, con el tiempo transcurrido desde aquella irrupción y con los correctores lingüísticos de Planeta, la editorial más reputada en eso de ventear el vil metal, quizá esta vez la cosa merezca la pena.

Pues no. Créanme, el libro es una porquería. Y como sucede en todos estos casos, cuanto peor es una novela, mejores son las críticas que despierta (tengo la fundamentada teoría de que el mundo y los vagones de metro están repletos de gente que lee libros aunque no les gusta ni saben leer). Si prueban a seguir los índices de Google, descubrirán reseñas de críticos aficionados (espero) que, con mejor prosa que el autor gallego, descubren los jugos internos de esta novela como si hubiesen exprimido la piedra filosofal, que todo lo convierte en oro. Pero ni la trama (fantasiosa) es sólida, ni los personajes dejan de ser simples monigotes sin profundidad o cualidades individuales, ni la escritura es otra cosa que una insoportable demostración de carencias de todo tipo (no solo lingüísticas). Oiga, dirán ustedes, ¡que se trata de una simple novela de terror! En efecto, se trata de una novela simple, muy simple, aburridísima y tan monda que hasta el pretendido terror queda delimitado a los pretendidos asombros del pretendido prólogo. En algún momento llegué a sospechar que, en realidad, lo que el autor había querido narrar era sus propias fantasías eróticas, por aquello de las escenas tórridas protagonizadas por fantasmas y vivos, con pezones enhiestos y gemidos profundos entre resto de parafernalia al caso, narración que difícilmente daba para cubrir las páginas obligadas por contrato de la editorial, por lo que precisaba inventarse una historia fantasiosa con la que rellenar los demás folios. 

En fin, de la novelucha no hay mucho que decir. Pero sobre el magín de quienes han rebosado párrafos y más párrafos (en internet e incluso en ¡¡los diarios de tirada nacional!!) elogiando las cualidades de este gallego con olfato para el dinero y ninguno para la escritura, se podría efectuar una tesis doctoral. O varias. 

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