28/9/22

Nacionalismo islámico a la francesa

En 1984, estando Mitterrand al frente del poder en Francia, y recordemos que Miterrand El Grande era un socialdemócrata proveniente de la extrema derecha en la juventud, se produjo la manifestación de "Convergence 84" que se cerró con un manifiesto de rechazo hacia la democracia europea y reivindicando "el retorno al islam de los mayores".

Treinta años más tarde, Saint-Denis se muestra ante el mundo como un territorio exento de legalidad, nominalmente francés aunque se rija por la sharía donde el no musulmán es un enemigo al que se puede infligir todo el daño que permita el Corán contra los infieles: tanto sus bienes como sus personas. Anteriormente, en 2015, la discoteca Bataclan de París fue atacada por exaltados musulmantes, asesinando a 137 jóvenes rockeros. La Gendarmería, junto a los paracaidistas que rodeaban Saint-Denis, asaltó el piso franco que servía de refugio a los asesinos y todos los yihadistas murieron. Dos días antes, Francia bombardeaba campos de yihadistas franceses en Iraq. En aquel momento batallaba contra las ciudades musulmanas de las periferias francesas donde el yihadismo tiene su propio territorio liberado de la democracia.

En la final de la Copa de Europa, que jamás debió celebrarse en Saint-Denis, los forofos se percibían como bestias que oponen resistencia a Alá. Atacar a españoles e ingleses –más aún a las impúdicas mujeres– era preceptivo para el buen musulmán que allí vive por ser aquel su territorio libre. Saint-Denis es el como búnker electoral del candidato Mélenchon. 

Francia ha cedido enteras periferias urbanas a la teocracia islámica y, en ellas, la policía poco puede hacer frente a los grupos armados que imponen su fe y su disciplina. A lo largo de decenios, los políticos franceses no quisieron saber lo que estaba pasando. Ni a derecha ni a izquierda. Creyeron –pasa siempre– que cediendo territorio se evitaría que los islamistas matasen en Francia. Pero mataron cuando quisieron hacerlo. Y Saint-Denis y su bella basílica del siglo XIII, que fuera corazón de una Francia cristiana y necrópolis de sus reyes, es hoy residual reliquia devorada por una populosa ciudad norteafricana. 

La islamización va con Mélenchon. Y Le Pen es su única oponente.



8/9/22

Benedicto XVI

La larga enfermedad de Juan Pablo II fomentó, en su momento, entre los vaticanistas, la elaboración de  continuas listas de papables. Resultaba más entretenido elegir a los "no papables": ancianos, italianos, polacos, los cardenales envueltos en escándalos o los simplemente antipáticos. Ratzinger siempre apareció en ellas a mitad de la tabla. Había sido la mano derecha de Juan Pablo II en todas las batallas mayores de su pontificado: la elaboración del primer Catecismo universal en quinientos años; la mejora en las relaciones con luteranos y ortodoxos; las espinosas cuestiones del sacerdocio femenino y el celibato sacerdotal; la disidencia de teólogos y la prevalencia del marxismo por la teología de la liberación (dominante en muchos círculos de América Latina, donde vive la mitad de los católicos del mundo)... En las casi tres décadas que anduvo junto al papa polaco, cuyo espíritu revolucionario alcanzaba hasta los tuétanos, siempre asumió la responsabilidad teológica que Wojtyla necesitaba. 

Pero... Ratzinger tenía por entonces 78 años. Los obispos presentan su renuncia a los 75. Parecían demasiados años para guiar a la Iglesia. Y, como resultado, los cardenales lo eligieron a él: porque representaba la continuidad de Juan Pablo II, quien le había confiado regenerar la Iglesia del escándalo de los abusos sexuales del clero; porque Ratzinger había liderado las reuniones de cardenales previas al cónclave donde, bajo la excusa de estudiar los problemas del mundo y de la Iglesia, se trazaba el retrato robot del Papa más adecuado para los desafíos por llegar, dejando hablar en todas ellas a todo el mundo con ecuanimidad total; porque su perfil de hombre frío y sin sentimientos, que había calado en muchos, se desvaneció en la homilía del funeral de Juan Pablo II; y por su total ausencia de ambición. 

Finalmente Benedicto XVI fue un teólogo, un Papa, un sabio y un hombre bueno. No fue un retrógrado ni un enemigo del libre pensamiento. Tampoco un Papa de transición, pese a que en sus últimos años los pasó escondido –"rezando y trabajando", decía- en un monasterio dentro del Vaticano. Tuvo ocho años de pontificado y, el 11 de febrero de 2013, anunció su renuncia: el primer Papa en renunciar en 598 años de historia. Su discurso apenas duró ocho minutos y fue una lección de humildad para todos. 



Los conspiradores del 11M

A mucha, muchísima gente, hablar del 11-M produce pereza, indolencia, una pizca de hartazgo, y no poca irritación. Salvo para quienes están ...