10/12/21

No va a llegar

Conforme avanza la tiranía globalista, lo mismo en la vieja Europa que en la fallida Iberoamérica, los líderes que mejor debieran liderar la asonada contracultural hunden la cabeza en el cieno donde abrevan las calamidades presentes y futuras. 

Por tierras argentinas, el de la gaviota, acaso por aquello de no parecerse ni a quienes se escindieron años atrás del partido genovés para fundar el suyo propio a voz en grito, ni a quien ha cosechado el único éxito que conocen en la sede que siempre se quiere vender (y nadie quiere), ha proclamado que está listo y determinado a gobernar la piel de toro con la colaboración de quienes hoy gobiernan (y dejarán de hacerlo para que él se ponga a la tarea). Eso sí, propuso en las tierras meridionales una alianza por la libertad (qué coño será eso) que nadie recogió, solo algún cámara que pasaba por allí sin saber de qué iba todo el cotarro.

Qué personaje tan tibio. Su discurso es el del cualquierismo, ideología de nuevo cuño que significa, si lo entiendo bien, que cualquier cosa vale con tal de ver pasar el tiempo (porque solo el tiempo habrá de tumbar a los tiranos y a su sanchidad, visto lo que lucha el andoba de la gaviota). 

Yo prefiero la de "Bienvenidos a la resistencia", que dijo el otro. Porque este que nos ocupa, no va a llegar a ninguna parte.

Nota. En marzo de 2022 se ha cumplido el vaticinio: este que nos ocupaba, no ha llegado.

3/12/21

Pensiones de dar y tomar

Una de las actividades más reprochables de este Gobierno (en puridad, de cualquier gobierno, pero en el que padecemos actualmente resulta sanchistamente frecuente) es el continuo ir y venir de mentiras, medias verdades, jerigonzas, añagazas, enredos y globos sonda en temas cruciales para el ciudadano. Y en el tema de las pensiones, los mentidos y desmentidos, galimatías y embrollos del ministro Escrivá, al que se tenía por experto independiente y encomiable, son especialmente lesivos.

Nada sabemos de la reforma de las pensiones que se anuncia. Lo que sí sabemos es que, de nuevo, se ha optado por la separación entre Seguridad Social y Estado, por lo que las pensiones deben financiarse exclusivamente con las cotizaciones sociales, un modelo que remite al franquismo  que, en su momento, perseguía solucionar los problemas de los trabajadores mediante aportaciones mensuales (cotizaciones)  a las que estaban obligados tanto patronos como trabajadores. Con la Constitución, las prestaciones pasan a ser son derechos del ciudadano.

La sanidad escapó del Pacto de Toledo y traspasó su presupuesto del Estado, y de este a las Comunidades Autónomas: su coste pasó a integrar los planes de financiación autonómica, desligándose de las cotizaciones sociales. Por tal motivo nadie se pregunta hoy si la sanidad va a ser viable en el futuro. Pero el gasto social las pensiones, al estar dentro de la Seguridad Social y separada del Estado, es motivo de agresión continuada. Recordemos que, en la actualidad, en el presupuesto de la Seguridad Social las aportaciones del Estado se consideran un préstamo.

El ministro Escrivá plantea pasar al presupuesto del Estado los gastos no propios, es decir, las prestaciones percibidas por los ciudadanos y no vinculadas a cotización, lo que alivia de cargas el presupuesto de la Seguridad Social, pero deja intacto el problema de fondo. El Gobierno ha optado por presentar la reforma por píldoras para que sea más soportable. La primera ha sido la promesa de actualizar todos los años las cuantías de las pensiones según el IPC, lo cual no significa que las pensiones suban, simplemente se impide que bajen. En 1995, con el Pacto de Toledo, todos los partidos se comprometieron a ello y así se aplicó en los años posteriores hasta que Zapatero, en plena crisis financiera (año 2010) rompió la norma y congeló las prestaciones. La posterior reforma de Rajoy estipulaba una revalorización desligada del IPC y que implicaba, según la inflación, pérdidas de poder adquisitivo para los pensionistas.

El Gobierno de Sánchez ha presentado su reforma de forma triunfalista, asegurando que se garantiza para siempre la revalorización de las pensiones, lo cual es pura propaganda (y el ejemplo lo tiene en su antecesor socialista, Zapatero, que las congeló llegado el caso). Luego esta reforma no constituye garantía alguna de que, en años difíciles, el gobierno de turno no modifique esta medida en la ley de presupuestos del año correspondiente. Por tanto, la seguridad solo podrá provenir de liberar a las pensiones de la trampa de tener que ser financiadas solo con las cotizaciones sociales.

La actualización anual es el objetivo de quienes cargan contra el sistema público de pensiones, especialmente cuando la inflación es notable. Arguyen que representa una carga muy gravosa para el erario público, olvidando que la subida de los precios no solo incrementa las pensiones, también los ingresos públicos. Otra cosa es que se quiera aprovechar la inflación para que Hacienda o la Seguridad Social obtengan un beneficio extraordinario a costa de reducir las pensiones a los jubilados.

Los límites antes mencionados de la Seguridad Social dejan escaso margen para alcanzar una solución. O se reducen las pensiones o se incrementan los ingresos. El Gobierno ha escogido un mix: elevar las cotizaciones sociales 0,6 puntos, un 0,5 a cargo del empresario y 0,1 a costa del trabajador. Las cotizaciones sociales no dejan de ser un impuesto sobre el trabajo y, mucho o poco, puede influir sobre el empleo. Hay otros impuestos más aptos para financiar las pensiones y, en general, todos los gastos sociales. ¿No sería más adecuado utilizar el impuesto de sociedades, el el IRPF, el impuesto de patrimonio o el de sucesiones, que son todos ellos progresivos? Pero el Gobierno, por muy progresista y socialdemócrata que se declare, prefiere evitar la imposición directa y moverse por terrenos más cómodos e injustos como los en las autovías o la tributación de los hidrocarburos.

Respecto a los gastos, el Gobierno ha sido mucho menos explícito. Todo el lío el "cuadradito pequeño puesto allí por quien no se sabe bien" no deja de ser parte del plan remitido por el Gobierno a Bruselas, donde se proponía la ampliación del número de años para el cálculo de la pensión. Pasar de 25 años, periodo actual, a 35 años, como se comentaba, es una reducción muy sustancial de las pensiones. Y respecto al retraso de la edad de jubilación, no deja de ser un contrasentido en el país de la Unión Europea con mayor índice de paro. El ministro asegura que no influye en el empleo, pero no muestra estudio alguno que lo soporte. Dedicar recursos públicos a incentivar la prolongación de la vida laboral, parte de originar desempleo, solo beneficia a los trabajadores más cualificados y de mayor salario. Es cierto que la esperanza de vida aumenta progresivamente, pero también sube la productividad y eso significa que cada vez se necesitan menos horas de trabajo para producir lo mismo. Fue el aumento de productividad lo que permitió reducir la jornada laboral y el número de jornadas laborales semanales en otras épocas. Hoy podría servir para hacer más corta la vida activa. Es otra forma de repartir el tiempo de trabajo. Pero desconocemos si la productividad va a seguir creciendo en el futuro.

La UE sigue con su juego destructor

Primero alertó la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura): "La agricultura y la ganadería son las causas del 90 por ciento del desmonte global". El avance del agro industrial en África, Asia y Sudamérica lleva convertidos, desde 1990, cerca de 420 millones de hectáreas de bosque en tierras de cultivo. Por ahí enlaza la Unión Europea, en una de sus últimas propuesta regulatorias: "La deforestación y la degradación de los bosques se están produciendo a un ritmo alarmante, lo que agrava el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. El principal impulsor de la deforestación y la degradación forestal es la expansión de la tierra agrícola para producir productos básicos".

De repente, la Unión Europea ha decidido que se ha alcanzado en el planeta el punto máximo de intervención en la naturaleza. En realidad, lo viene decidiendo desde hace décadas, pero se encuentra siempre con la numantina resistencia de todos los demás, porque lo que la UE pretende no alcanza solamente a los contornos de Europa. No sé cuántos años quedan para la llegada de la Parusía, pero la UE cifra el advenimiento del Armagedón definitivo en doce, de manera que ya pueden los cristianos darse prisa no sea que su Salvador, cuando vuelva, se encuentre todo anegado por las aguas (o reconvertido en Dune, que todo es posible: depende de cómo se levanten los prebostes ese día).

El problema no estriba en disponer de elevados objetivos ambientales, sino en el modo de imponerlos al resto. Todo el asunto de las agendas y pactos no dejan de ser azotes para las economías del Tercer Mundo: obstáculos al desarrollo, normativas destructivas, proteccionismo y también sanciones.

En la reciente COP26, la Comisión Europea adoptó una resolución para dejar de consumir productos primarios si no se puede probar que proceden de zonas no deforestadas. Estos productos son: soja, carne vacuna, aceite de palma, cacao,  café o madera; y derivados como chocolate, cacao en polvo, cuero, contrachapado, palés, barriles y marcos de madera para pinturas, espejos y fotografías. Eso sí, las futuras derivaciones son impredecibles. Para ello pondrán en marcha un sistema de evaluación a los países de origen, es decir, a las empresas comercializadoras y productoras. 

No deja de ser paradójico que Europa, que en todos sus siglos de historia jamás se anduvo con miramientos para desarrollarse industrial y socialmente como le dio la gana, exija ahora al resto de la humanidad que renuncie a los mismos desarrollos industrial y tecnológico que la hicieron próspera. En puridad, Europa está exigiendo a países con niveles de pobreza calamitosos y grandes cantidades de población paupérrima que se abstengan de emitir el dióxido de carbono que la vieja Europa se cansó de emitir cuando le fue preciso. 

La iniciativa presentada por Bruselas es parte del Pacto Verde Europeo con el que la UE pretende alcanzar la reducción de emisiones en un 55% para 2030 respecto de 1990 y la neutralidad climática en 2050. Obviamente, cualquier pacto sin la anuencia de China, Rusia, India o EEUU deja de ser una solemne bobada, y ninguno de estos países está interesado en dañar sus intereses. Por eso Europa se centra en someter a los países que sí están desgobernados por inútiles e impotentes: los grandes jugadores de la geopolítica juegan la partida real. Total, ninguna de las regulaciones que surjan van a producir cambio alguno en el clima (no lo han producido hasta ahora y no va a cambiar nada). 

No deja de ser irónico que quienes se muestran incapaces de poder pagar la calefacción este invierno sean los que quieren controlar el clima del mundo. 


Los conspiradores del 11M

A mucha, muchísima gente, hablar del 11-M produce pereza, indolencia, una pizca de hartazgo, y no poca irritación. Salvo para quienes están ...