30/3/22

Putin como síntoma

La TV rusa no muestra la devastación producida en las ciudades ucranianas ni los cadáveres de los niños a consecuencia de los bombardeos. Quienes, valientemente, protestan en las calles de las ciudades rusas contra la guerra, acaban golpeados y arrestados. La mayoría de la gente permanece en silencio: por tal motivo no hay protestas masivas, ni huelgas convocadas. Muchos ciudadanos apoyan la guerra contra Ucrania colocando una Z en las ventanas de sus casas y en sus coches.

La TV rusa repite una entrevista con el actor Sergei Bodrov (una figura de culto en Rusia), donde dice "Durante una guerra no se puede hablar mal de los tuyos. Incluso si están equivocados. Incluso si tu país se equivoca durante la guerra, no deberías hablar mal de ello". Y eso es lo que hace la gente, apoyar a "los suyos" incluso si están disparando contra niños ucranianos.

El mundo moderno está basado en la transición de la supremacía de la conciencia colectiva a la prioridad del individuo. Las personas se han identificado con la tribu durante miles de años y dependían completamente del líder de la manada: el rey, el khan el zar... Sólo en los últimos siglos comenzó a surgir un orden social completamente diferente, en el que el individuo es libre. 

En Rusia, solo un pequeño número de ciudadanos está preparado para una vida en democracia, porque la abrumadora mayoría todavía se inclina ante el poder y acepta que sus vidas estén dirigidas de esta forma patrimonial. Cuando a lo largo de muchas generaciones, quienes piensan por sí mismos son aniquilados, las únicas cualidades que prevalecerán serán el silencio y la satisfacción ante cualquier manifestación de la autoridad. Hoy mismo, en Rusia quienes no permanecen en silencio van a la cárcel o emigran antes de que sea demasiado tarde.

Los dos intentos de introducir el orden democrático en Rusia se dieron en 1917, que duró unos pocos meses, y en la década de 1990, que perduró unos años con gran dificultad. Cada vez que Rusia intenta construir una sociedad democrática estableciendo elecciones, un parlamento y una república, acaba convirtiéndose en un imperio totalitario. La Alemania de Hitler encontró su camino fuera del círculo vicioso de la dictadura. Los alemanes aprendieron a lidiar con el pasado y aceptar su culpa, por ello fueron capaces de construir una sociedad orientada democráticamente. El renacimiento de su nación se basó en una derrota militar total y aplastante. Es posible que Rusia también necesite una hora cero similar. Un nuevo comienzo democrático en Rusia es imposible sin pagar un precio y reconocer la culpa.

No hubo nunca una desestalinización de Rusia ni tampoco un Nuremberg para el Partido Comunista. Parece claro que el actual destino de Rusia depende de su futura desputinización. Igual que a la "ignorante" población alemana se le mostraron los campos de concentración en 1945, a los "ignorantes" rusos se les debe mostrar las ciudades ucranianas destruidas y los cadáveres de los niños. Ni la OTAN ni los ucranianos pueden desputinizar a Rusia. Son los propios rusos quienes deben limpiar el país por sí mismos. Tras la guerra, el mundo ayudará a Ucrania a reconstruirse y Rusia quedará en ruina económica. Otros pueblos y regiones seguirán a los ucranianos y chechenos hacia la total independencia. El pueblo ruso ha de saber estar a la altura. Acaso Putin sea no el problema, sino el síntoma.



28/3/22

Un mes de nueva vieja guerra en Europa

En una guerra de desgaste como la que está asolando Ucrania, el estado de ánimo varía continuamente. En la ciudad de Lviv, patrimonio de la humanidad de la UNESCO, los trabajadores de la construcción están desmontando y protegiendo las vidrieras de las iglesias. Los ucranianos se están preparando para una contienda a largo plazo. El presidente ucraniano Volodymyr Zelensky apeló a Occidente de forma distinta en su discurso ante la cumbre del Consejo Europeo en el que, una vez más, abogó por la adhesión a la UE, identificando cada país que llegó tarde o se mostró reacio a proporcionar ayuda a Ucrania: Irlanda, Alemania y Portugal, así como la neutralidad de Hungría. Esta estrategia relativamente nueva de nombrar y avergonzar públicamente a los países que cree que están contemplando el panorama parece ser una forma nada sutil de aprovechar su creciente popularidad mundial. Pero es dudoso que por ello líderes mundiales como Joe Biden vayan a proporcionar aviones, misiles Javelin y Stinger, helicópteros de ataque y sistemas antiaéreos a Kiev, algo que podría ser considerado como beligerante por parte de Moscú.

Empieza a cundir la impresión de que Ucrania está ejecutando no solo su guerra, sino la de Occidente, haciendo retroceder a una superpotencia con el objetivo de proteger a los países del flanco oriental de la OTAN. En varios discursos Zelensky lo ha mencionado explícitamente. Recordemos que Biden dijo en enero, antes del estallido de la guerra, que las sanciones en respuesta a una posible incursión rusa en Ucrania serían proporcionales al tipo de invasión (la Casa Blanca rápidamente retiró el comentario). Incluso ante el uso de armas de destrucción masiva por parte de Putin, Biden ha declarado que dependería de la situación. En estos momentos, pese a que docenas de países están proporcionando armas a Ucrania de forma masiva, Kiev informa de que sus existencias se están agotando a ritmo superior al reabastecimiento. Al darse cuenta de la falta de apetito en las capitales europeas para enfrentarse directamente a Putin, Kiev aumentará los esfuerzos para asegurarse micro-alianzas con antiguos estados soviéticos que también teman acabar en el punto de mira de Putin. La valiente visita de hace dos semanas de los primeros ministros polaco, checo y esloveno es muestra de esta creciente cercanía y solidaridad.

Mariupol se ha convertido en la zona cero de la catástrofe humana que se está desarrollando y que ha conmocionado al mundo porque se han cruzado todas las líneas rojas establecidas por la cordura, como el ataque a una sala de maternidad que mató a una madre embarazada y a su hijo por nacer. Las líneas rojas se basan en el derecho internacional y ningún beligerante las debería cruzar, incluyendo ataques deliberados a escuelas, jardines de infantes, hospitales, plantas de tratamiento de agua y campos de agricultura. Golpeada hasta volverla irreconocible, la ciudad portuaria sureña de Mariupol se ha convertido en el lugar donde las imágenes de la guerra han devenido más horribles, y no solo por la destrucción masiva de cualquier elemento urbano: para sobrevivir, la gente mata perros callejeros para poder comer, derrite la nieve para beber agua y cava fosas comunes para acomodar la gran cantidad de cadáveres que se esparcen por las calles (compárese con el asedio a Leningrado durante la II Guerra Mundial). Unas 300 personas murieron en el ataque ruso contra el Teatro Mariupol, donde según las autoridades ucranianas hasta 1.300 personas habían buscado refugio. Pintada en el suelo fuera del edificio, en gigantescas letras rusas, se podía leer la palabra "NIÑOS".

Un mes después de la invasión, es probable que el camino por delante sea igualmente sangriento. En el peor de los casos, la parte rusa, que busca lograr un cambio de régimen en Kiev y anexionarse más territorio, podría optar por mantener un conflicto a fuego lento tal como lo han hecho en el Donbás ocupado mediante el uso de rebeldes respaldados por Rusia (no son separatistas). Las sucesivas conversaciones de paz a lo largo de ocho años no lograron un alto el fuego duradero. Buscando evitar pérdidas más humillantes en el campo de batalla (según algunas estimaciones, el número de tropas rusas muertas supera los 15.000 efectivos), los comandantes rusos probablemente cambiarán al uso de misiles de mayor alcance e incluso misiles hipersónicos para golpear ciudades ucranianas y objetivos estratégicos como aeródromos y depósitos de almacenamiento de municiones. Los rusos ya han recurrido a misiles de largo alcance en el oeste de Ucrania, donde no hay presencia física. En los últimos ocho años, ciudades y pueblos en la región de Donbas y alrededores, incluido Mariupol en 2015, han sido golpeados por proyectiles rusos no guiados. Además, los bombardeos que hacen huir a los civiles encajan bien en el libro ruso de la guerra. No se puede descartar la introducción de armas químicas, biológicas o nucleares de destrucción en masa.

En los próximos días y semanas, los ucranianos observarán nerviosos las negociaciones de paz de su presidente con Rusia, propuestas por el propio Zelensky. Uno puede asumir con seguridad que el Kremlin, en la fase final de las negociaciones, exigirá concesiones que ningún presidente ucraniano podría aceptar: renunciar al territorio capturado por Rusia, reconocer formalmente el Donbás y Crimea ocupados como parte de la Federación Rusa, y renunciar a las ofertas de membresía para alianzas como la OTAN. Para enfrentarse a Putin en la mesa de negociaciones, el comediante convertido en político que se transformó en presidente para tiempos de guerra de la noche a la mañana, necesitará una habilidad y destreza extraordinarias. Con tanta sangre derramada, destrucción sin sentido y desplazamiento a gran escala, los ucranianos no estarán de humor para darle a Zelensky mucho espacio para concesiones. E incluso si lo hicieran, los rusos tienen una merecida reputación por no cumplir sus promesas. 

En cualquier caso, la pregunta a responder es qué hará Occidente. ¿Satisfacer las peticiones de Kiev de más armamento y más activos, más misiles tierra-aire, más drones kamikazes? Si los rusos intensifican su agresión apuntando a Lviv, por ejemplo, debería haber discusiones urgentes en la OTAN sobre cómo articular la protección de los cielos ucranianos por medios tecnológicos. Al final, Occidente tiene la opción de intervenir ahora en la guerra de Ucrania de una manera que cambie el juego, eliminando las ventajas rusas y exprimiendo aún más la economía rusa. Es mejor actuar en los propios términos de Occidente, y evitar la destrucción de la nación ucraniana, que verse obligado a hacerlo más tarde en los términos de Putin, después de que miles de hombres, mujeres y niños ucranianos inocentes hayan sido asesinados.



25/3/22

Vox y los apestados

Mi madre, al final de su vida, varió su voto del PP a Vox. Yo, personalmente, me he constituido en absentista en cualesquier votaciones o sufragios que se celebran en España desde 1996, pero si dejara de serlo, con total seguridad puedo afirmar que no votaría jamás a Vox. Puedo coincidir con algunas de sus ideas y propuestas, pero no con el modo de hacer política ni con la manera maniquea que tienen de enfrentar los problemas que vivimos los ciudadanos. Dicho esto, he de manifestar que, más aún que la chulería de los dirigentes de Vox, detesto a todo el espectro que los tilda de apestados.

Hace tiempo que la expresión "extrema derecha" se viene empleando como sinónimo de inmoralidad, inconstitucionalidad y de neonazismo. En España también existe una "extrema izquierda" y ahí se encuentra, sentándose en el Consejo de Ministros (Podemos), cuando no alcanzando pactos con el partido gobernante (Bildu, ERC). Hasta donde yo sé, en ningún momento Vox ha exigido cambios en la Carta Magna fuera de la vía legal constituida. Anticonstitucionales son las formaciones que emplean la fuerza o mecanismos ilegales para vulnerar la Constitución (todos los independentistas catalanes). Vox no ha intentado dar ningún golpe de Estado ni emplea la violencia en sus manifestaciones públicas: más bien la sufre.

Criticar el Estado de las Autonomías no es una opinión solo de Vox. Antes de que esta formación existiese, muchos españoles habían alcanzado igual conclusión. Yo opino que es un monumental error, pero también creo que no hay manera factible de enmendarlo a estas alturas del discurso político. Y asuntos tales como el feminismo, la memoria histórica (o democrática), los derechos LGTBI, la inmigración, etc., no son dogmas en los que se sustente una democracia. Conviene recordar que la igualdad y los derechos para todos, por ejemplo, vienen pronunciados en la Constitución y tienen su correspondiente reflejo en las leyes. Por mucho que se intente tildar de "negacionismo" (ahora hay un negacionismo ad hoc para cada reivindicación) a quienes discrepan, o discrepamos, parangonándonos con el fascismo o incluso algo peor, son temas que la propia sociedad discute pese a la tozudez del lenguaje políticamente correcto, que trata de abortar cualquier conato de debate de ideas (seguramente porque, quienes las defienden a ultranza, no tienen muchas que exponer al margen de su invocación a la libertad y de que los demás también dispongamos de ella). Véase el cisma provocado en el feminismo por todo el rollo queer para entender por qué ir en contra de la biología /(y varios millones de años de evolución) no es algo tan sencillo que se pueda dirimir en un lustro.

Si Vox es radical en sus ideas, mucho tiene que ver la sensación de laxitud de los dos grandes partidos hacia los independentistas golpistas. En 2016, el Comité Federal del PSOE obligó a dimitir a Pedro Sánchez por querer aliarse con los catalanes y los independentistas vascos. Al final, el pueblo (el votante del PSOE) lo aclamó a él, y en estas nos encontramos: nunca unos pocos han provocado tanto daño a las bases políticas de un país.

Las derrotas electorales que viene sufriendo el PSOE, y en general la izquierda, son muy claras y significativas. El Gobierno intenta ocultarlo tras la anatemización de Vox y sus pactos con el PP. Lo que no hacen es preguntarse por las claves de tanta derrota. Pero ese discurso ya solo engaña al votante del PSOE.



Ángela Merkel y el reloj hacia atrás de la historia alemana

Angela Merkel ha tenido durante mucho tiempo miles de admiradores en los medios de comunicación anglófonos. En noviembre de 2015, The Economist la llamó “la europea indispensable”. Un mes después, el Financial Times la nombró su “persona del año”. La revista Time la proclamó “canciller del mundo libre”. Cuando Donald Trump fue elegido presidente de los Estados Unidos, el New York Times apodó a Merkel como “la última defensora del Occidente liberal”.

En febrero de 2011 Ángela Merkel (y su séquito) mantuvo una reunión en Madrid con con el desventurado José Luis Rodríguez Zapatero (y su corte). Nunca antes un político hubo de comportarse con tanta deferencia canina como lo hizo Zapatero cuando Merkel entró en la sala. La canciller alemana no parece autoritaria. La palabra que los periodistas no pueden resistir cuando la describen es "desaliñada". Y, sin embargo, resultaba fácil percibir en tan solo unos pocos minutos su aura sutilmente intimidante. Angela Merkel no soporta con gusto a los tontos. De hecho, tiene poca tolerancia incluso con personas bastante inteligentes. Tracey Ullman hace, con mucho, la mejor personificación de Merkel. Pero Merkel a menudo trata a su círculo íntimo con sus propias parodias de otros líderes (el expresidente francés, Nicolas Sarkozy, era su blanco favorito).

Vladimir Putin, por el contrario, dejó que su perro intimidara en una de sus reuniones, explotando conscientemente el miedo de Merkel a los perros. Según ex altos cargos ministeriales, Merkel realmente estaba bastante impresionada con Putin. Después del famoso discurso amenazante en la Conferencia de Seguridad de Munich de 2007, cuando Putin atacó el “orden unipolar” dominado por Estados Unidos, Merkel se mostró públicamente impasible. Entre bastidores, su comentario fue: “¡Genial discurso! (geile Rede!)”.

Por supuesto, no es así como la ven los votantes alemanes. El atractivo de “Mutti” es el de alguien que no tiene un interés real en el poder, sino que gobierna únicamente para brindarle a su gente lo que anhelan por encima de todo: estabilidad. Cuando se le preguntó una vez qué le inspiraba la palabra Alemania, respondió: "Ventanas bonitas y herméticas" ("schöne dichte Fenster").

Después de haber pasado los primeros 35 años de su vida en la República Democrática Alemana, Merkel nombra sin razón como su película favorita "La leyenda de Paul y Paula", una producción de Alemania Oriental estrenada en 1973, pero dirigida en el estilo cinematográfico francés de 1968). Trata sobre dos amantes desafortunados en Berlín Oriental. En un momento de la película, Paula le dice a Paul: “Dejaremos que dure lo que dure. No haremos nada para detenerlo y nada para ayudarlo”. Eso resume más bien la historia de amor extrañamente pasiva entre los alemanes y su líder.

Los votantes nunca le han dado a Merkel los rotundos mandatos que alguna vez le dieron los votantes británicos a Margaret Thatcher. Durante la mayor parte de su tiempo en el cargo, tres de cuatro mandatos, se ha visto obligada a gobernar en grandes coaliciones conflictivas con los socialdemócratas. Y, sin embargo, ha sido canciller durante 16 años, cinco años más de los que Thatcher fue primera ministra de Gran Bretaña, aunque menos de los 19 años de Bismarck en el cargo. Durante el reinado de Merkel ha habido cuatro presidentes estadounidenses, cuatro primeros ministros franceses, cinco británicos, ocho italianos y ocho japoneses. Al igual que con Paula y Paul, ha durado más de lo esperado.

Según economistas alemanes como Hans-Werner Sinn, la crisis de la Eurozona tenía una explicación sencilla. Mientras el virtuoso alemán se afanaba reformando su mercado laboral, controlando sus costes laborales unitarios y equilibrando su presupuesto, los países periféricos menos escrupulosos se atiborraban del eurocrédito barato que sus bancos les ponían a su disposición gracias a la unión monetaria. Cuando estalló la crisis, la pregunta era si el Banco Central Europeo y otras agencias europeas deberían o no rescatar a los países periféricos a expensas de los ahorradores y contribuyentes del “núcleo central”. Muchos alemanes simpatizaron (incluso si no siguieron del todo) el argumento de Sinn de que la forma en que el BCE apoyó a las economías periféricas a través de su sistema de liquidación TARGET2 equivalía a una “unión de transferencia” encubierta. Lo que los europeos del sur tenían que hacer era lo que había hecho Alemania después de 2003: reducir sus niveles de precios y salarios y, por lo tanto, recuperar la competitividad interna. Este fue un estribillo constante en la prensa alemana.

Tales argumentos tenían poco sentido. Condenaron al sur de Europa (especialmente a Grecia) a una depresión prolongada. Y subestimaron cuánto había ganado el virtuoso alemán con el euro y cuánto habría perdido con su colapso. La crisis de la eurozona no ocurrió porque los países del sur de Europa no lograron promulgar reformas al estilo alemán en sus mercados laborales. La crisis (como ha argumentado Adam Tooze) fue una crisis bancaria transatlántica de la que los bancos alemanes, grandes y pequeños, no estuvieron exentos de ninguna manera.

A su manera inimitable, Angela Merkel canalizó el resentimiento del (virtuoso) alemán promedio por el despilfarro de los europeos del sur, no tanto como para obligar a ningún país a abandonar la unión monetaria, pero sí lo suficiente para garantizar que se infligiera el máximo dolor a cambio de los rescates que mantuvo a Grecia y Portugal a bordo. El estilo de Merkel era el trato de última hora, generalmente improvisado en las horas previas al amanecer de un lunes por la mañana, justo antes de que abrieran los mercados financieros. Significaba que los rescates ocurrían, pero solo después de la máxima incertidumbre y el máximo daño económico.

Mario Monti, el tecnocrático primer ministro italiano entre 2011 y 2013, lo resumió muy bien: “En Alemania todavía piensan que la economía es una rama de la filosofía moral”.

Los muy diferentes eventos de 2020 nos han enseñado que ninguna de esas tácticas arriesgadas fue necesaria: que la Unión Europea, si sus líderes hubieran decidido hacerlo, podría haber creado un fondo NextGenerationEU y vendido eurobonos hace 10 años para solucionar el problema. Pero eso habría requerido el tipo de visión estratégica que Angela Merkel siempre ha evitado.

Incluso en medio de la pandemia, fue necesario que el presidente francés, Emmanuel Macron, forzara la largamente esperada integración fiscal que siempre había estado implícita en el proyecto de una moneda única europea. Mirando hacia atrás, podemos ver que la insistencia de Merkel, y Wolfgang Schaeuble, en camisas de fuerza fiscales para Alemania y todos los demás causó un daño económico evitable. Aunque no a los alemanes.

Este no fue el único gran error estratégico de la carrera de Merkel. En la televisión alemana en vivo en julio de 2015, Merkel hizo llorar a una joven refugiada palestina al explicar que su familia podría enfrentar la deportación. “Hay miles y miles de personas en los campos de refugiados palestinos”, explicó la canciller. "Si ahora decimos: 'Todos pueden venir'... simplemente no podremos manejarlo". Sin embargo, seis semanas después, Merkel abrió las puertas de Alemania al declarar: “Podemos manejarlo”. Se han ofrecido todo tipo de explicaciones históricas para el cambio de mentalidad en Merkel, incluida su educación en Alemania Oriental y su padre luterano. ¿Quién sabe? Ante las lágrimas de Reem Sahwil, la reacción de la canciller fue un intento impulsivo de consolarla, seguido de un cambio de sentido masivo y unilateral, que más tarde tuvo que revertir. Aquí estaba una de esas rarezas en la política: una pirueta completa de 360 ​​grados. Sin embargo, en Historia los motivos importan menos que las consecuencias. La decisión de Merkel provocó un aumento de 1,2 millones de solicitudes de asilo en 2015 y 2016, aproximadamente un tercio de ellas de sirios. Esto fue más del doble del número de solicitantes en los seis años anteriores. Tres cuartas partes de los solicitantes de asilo tenían 30 años o menos. El 60% eran hombres. Aproximadamente la mitad de las solicitudes fueron aprobadas, pero solo unas 80.000 de las personas a las que se les negó asilo fueron deportadas. Alrededor del 76% de los refugiados aceptados eran musulmanes.

Las consecuencias a largo plazo de esta afluencia masiva aún están por verse. Según el Pew Research Center, la población musulmana de Alemania (que era del 6 % en 2016) podría oscilar entre el 8,7 % y el 19,7 % para 2050, dependiendo de la futura tasa de inmigración (sin mencionar las tendencias en las tasas de natalidad). Las consecuencias a corto plazo, sin embargo, son claras. La afluencia de hombres jóvenes de países de mayoría musulmana contribuyó significativamente a una ola de delitos sexuales cometidos contra mujeres alemanas, de los cuales los ataques masivos en Colonia en la víspera de Año Nuevo de 2015-16 fueron solo los más ampliamente denunciados. Fue un logro extraño para la mujer conservadora que en octubre de 2010 había dicho en una reunión de miembros más jóvenes de su partido Unión Demócrata Cristiana en Potsdam que los intentos de construir una sociedad multicultural en Alemania habían “fracasado por completo”. Las consecuencias no deseadas de la crisis migratoria se extendieron más allá de la seguridad de las calles y otros espacios públicos de Alemania. El espectáculo de una pérdida total de control en la frontera europea dio forma a los debates en Gran Bretaña sobre si permanecer o no en la Unión Europea. Como señaló con pesar David Cameron, muchos votantes británicos que miraban las escenas en la frontera alemana en las noticias de la noche se dijeron a sí mismos: "¡Sáquennos de aquí!".

Merkel tampoco hizo lo suficiente para ayudar a Cameron a ganar el referéndum sobre el Brexit. Le ofreció concesiones irrisorias sobre la libre circulación de personas cuando él necesitaba desesperadamente un trato mucho más realista. Muchos alemanes siguen creyendo que la salida de Gran Bretaña de la UE fue un acto de autolesión británica. Subestiman el debilitamiento a largo plazo de la propia UE que en última instancia provocará el Brexit.

Durante gran parte de la última década y media, Angela Merkel ha sido la personalidad dominante en la política europea. Y, sin embargo, a lo largo de ese tiempo de alguna manera ha alentado a los alemanes a pensar en ella, y en ellos mismos.

En realidad, por supuesto, Angela Merkel es tan astuta como parece. Su exministro de defensa, Karl Theodor zu Guttenberg, la describió una vez como una táctica suprema, cuya habilidad de maniobra “merkelveliana” —su genio para maximizar sus opciones y eliminar a los rivales— compensaba su falta de estrategia. Una consecuencia de este regalo florentino es el bajo calibre de la figura que eventualmente emergió como su sucesor, el profundamente decepcionante candidato a canciller de la CDU, Armin Laschet.

Sin embargo, hay una consecuencia más amplia y más profunda. El país lidera el mundo — en las tecnologías del siglo pasado. Incluso después de un aumento en la proporción de la población nacida en el extranjero del 8% a casi el 14%, el futuro demográfico de Alemania todavía se parece más al de Japón que al de Estados Unidos.

La vida intelectual de las universidades alemanas fue la envidia del mundo durante el período de 1880 a 1920. Hoy en día, solo una, Munich, se encuentra entre las 50 mejores de la clasificación mundial de universidades de U.S. News & World Report. Hace veinte años se podía leer Die Zeit y Der Spiegel. Ahora, rara vez su contenido no es tristemente provinciano.

¿Hay algún escritor alemán contemporáneo que merezca ser mencionado al mismo tiempo que Kazuo Ishiguro o Liu Cixin? Incluso la amada Bundesliga de Merkel es vista por muchos menos fanáticos del fútbol en todo el mundo que la Premier League inglesa. ¿Por qué? Porque es aburrido. (Mein Gott, la selección alemana incluso perdió ante Inglaterra el verano pasado).

Cuando Angela Merkel deje el cargo, invicta, cuatro veces ganadora, la mayoría de los periodistas anglófonos saludarán su logro político. Pero estar en el poder no es liderar. Hace diez años, el político polaco Radoslaw Sikorski declaró: “Temo menos al poder alemán que a su inactividad ”. Tenía razón en preocuparse.



15/3/22

Cuatro discursos para una misma guerra

SLAVOJ ŽIŽEK


Tras el ataque ruso a Ucrania, el gobierno esloveno proclamó de inmediato que estaba dispuesto a recibir a miles de refugiados ucranianos. Como ciudadano de Eslovenia, sentí orgullo, pero también vergüenza.

Cuando hace seis meses Afganistán cayó ante los talibanes, este mismo gobierno se negó a aceptar refugiados afganos, con el argumento de que debían quedarse en su país y luchar. Y hace un par de meses, cuando miles de refugiados (en su mayoría kurdos iraquíes) trataron de entrar a Polonia desde Bielorrusia, el gobierno esloveno aseguró que Europa estaba siendo atacada y ofreció ayuda militar para colaborar con el vil intento de Polonia de rechazarlos.

En la región han aparecido dos clases de refugiados. Un tuit del gobierno esloveno publicado el 25 de febrero puso en claro la distinción: «Los refugiados de Ucrania proceden de un entorno que en sentido cultural, religioso e histórico es algo totalmente diferente del entorno del que proceden los refugiados de Afganistán». Tras el escándalo que siguió el gobierno se apresuró a borrar el tuit, pero la verdad obscena ya estaba a la vista de todos: Europa debe defenderse de lo no europeo.

Esta idea será catastrófica para Europa en la competencia mundial que se está librando por la influencia geopolítica. Nuestros medios y élites la presentan como un conflicto entre una esfera «liberal» occidental y una esfera «eurasiática» rusa, pasando por alto el conjunto mucho más grande de países (en América Latina, Medio Oriente, África y el sudeste de Asia) que están mirándonos con mucha atención.

Ni siquiera China está dispuesta a dar apoyo total a Rusia, pero tiene planes propios. En un mensaje al líder norcoreano Kim Jong‑un, un día después del inicio de la invasión rusa a Ucrania, el presidente chino Xi Jinping dijo que China está lista para colaborar en el desarrollo de una relación de amistad y cooperación con la RPDC «conforme a una nueva situación». Hay temor a que China use la «nueva situación» para «liberar» a Taiwán.

Lo que debería preocuparnos ahora es que la radicalización que vemos (más evidente en el caso del presidente ruso Vladímir Putin) no es sólo retórica. Muchos integrantes de la izquierda liberal, convencidos de que ambos lados sabían que no podían permitirse una guerra total, pensaron que cuando Putin acumulaba tropas en la frontera con Ucrania se estaba echando un farol. Incluso cuando describió al gobierno del presidente ucraniano Volodímir Zelenski como una «banda de drogadictos y neonazis», la mayoría esperó que Rusia sólo ocuparía las dos «repúblicas populares» escindidas, controladas por separatistas rusos con respaldo del Kremlin, o a lo sumo que extendería la ocupación a toda la región del Donbás en Ucrania oriental.

Y ahora algunos que se dicen izquierdistas (yo no los llamaría así) culpan a Occidente por el hecho de que el presidente estadounidense Joe Biden haya tenido razón respecto de las intenciones de Putin. El argumento es bien sabido: que la OTAN fue rodeando lentamente a Rusia, fomentó revoluciones de colores en su vecindario e ignoró los temores razonables de un país que durante el último siglo recibió ataques desde Occidente.

Por supuesto que aquí hay un elemento de verdad. Pero decir solamente eso es equivalente a justificar a Hitler echándole la culpa al injusto Tratado de Versalles. Peor aún, implica otorgar que las grandes potencias tienen derecho a esferas de influencia, a las que todos deben someterse por el bien de la estabilidad global. El supuesto de Putin de que las relaciones internacionales son una competencia entre grandes potencias se ve reflejado en su repetida afirmación de que no tuvo más alternativa que intervenir por la fuerza militar en Ucrania.

¿Es verdad eso? ¿Se trata en realidad de un problema de fascismo ucraniano? Esa pregunta hay que dirigirla a la Rusia de Putin. El autor de cabecera de Putin es Iván Ilyín, cuyas obras se están reimprimiendo y se distribuyen entre apparatchiks estatales y conscriptos. Tras su expulsión de la Unión Soviética a principios de los años veinte, Ilyín propugnó una versión rusa del fascismo, donde el Estado es una comunidad orgánica guiada por un monarca paternal y la libertad consiste en conocer el lugar que a cada cual le corresponde. Para Ilyín (y para Putin), se vota para expresar apoyo colectivo al líder, no para legitimarlo ni elegirlo.

Aleksandr Dugin, el filósofo de la corte de Putin, sigue muy de cerca los pasos de Ilyín, añadiéndole un complemento posmoderno de relativismo historicista:

«(…) las así llamadas verdades son cuestión de creencia. Creemos en lo que hacemos, creemos en lo que decimos. Y ese es el único modo de definir la verdad. Nosotros tenemos nuestra verdad especial rusa, y ustedes tienen que aceptarla. Si Estados Unidos no quiere iniciar una guerra, tienen que reconocer que Estados Unidos ya no es más el único amo. Y [con] la situación en Siria y Ucrania, Rusia está diciendo “ustedes ya no son el que manda”. Es la cuestión de quién domina el mundo. En realidad, sólo la puede decidir una guerra».

Pero, ¿qué hay de la gente en Siria y Ucrania? ¿Pueden también decidir su propia verdad o son sólo un campo de batalla para aspirantes a dueños del mundo?

La idea de que cada «modo de vida» tiene una verdad propia es lo que vuelve a Putin atractivo para populistas de derecha como el expresidente de los Estados Unidos Donald Trump, que dijo que la invasión rusa de Ucrania era obra de un «genio». Y el sentimiento es mutuo: Putin habla de «desnazificar» Ucrania, pero no hay que olvidar que apoya a la Agrupación Nacional de Marine le Pen en Francia, a la Liga de Matteo Salvini en Italia y a otros movimientos neofascistas reales.

La «verdad rusa» es sólo un mito conveniente para justificar la visión imperial de Putin, y el mejor modo que tiene Europa para contrarrestarla es tender puentes con los países en desarrollo y emergentes, muchos de los cuales tienen una larga lista de quejas justificadas contra la colonización y la explotación por parte de Occidente. No basta «defender a Europa». La verdadera tarea es persuadir a otros países de que Occidente puede ofrecerles mejores opciones que Rusia o China. Y el único modo de lograrlo es cambiarnos a nosotros mismos, mediante una erradicación implacable del neocolonialismo, incluso cuando se presenta en la forma de ayuda humanitaria.

¿Estamos listos para demostrar que al defender a Europa luchamos por la libertad en todas partes? Nuestra vergonzosa negativa a dar trato igualitario a todos los refugiados envía al mundo un mensaje muy diferente.

TIMOTHY GARTON ASH


¿Por qué siempre cometemos el mismo error? "¡Oh, eso solo es problema en los Balcanes!", dijimos, y luego un asesinato en Sarajevo desencadenó la Primera Guerra Mundial. "¡Oh, la amenaza de Adolf Hitler a Checoslovaquia es una disputa en un país lejano, entre personas de las que no sabemos nada!", y luego nos encontramos en la Segunda Guerra Mundial. "¡Oh, la toma de Polonia por Joseph Stalin (después de 1945) no es asunto nuestro!", y tuvimos la guerra fría. Ahora lo hemos hecho de nuevo, sin despertar, hasta que fue demasiado tarde, ante la toma de Crimea por Vladimir Putin en 2014. Y así, el jueves 24 de febrero de 2022, estamos aquí de nuevo, vestidos nada más que con los pedazos de las ilusiones perdidas.

En tales momentos necesitamos coraje y resolución, pero también sabiduría. Eso incluye el cuidado en el uso de las palabras. Esta no es la tercera guerra mundial. Sin embargo, ya es algo mucho más grave que las invasiones soviéticas de Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968. Las cinco guerras en la ex Yugoslavia en la década de 1990 fueron terribles, pero los mayores peligros internacionales que se derivaron de ellas no fueron de esta escala. Hubo valientes combatientes de la resistencia en Budapest en 1956, pero en Ucrania hoy tenemos todo un estado independiente y soberano con un gran ejército y un pueblo que se declara decidido a resistir. Si no se resisten, será una ocupación. Si lo hacen, esta podría ser la guerra más grande en Europa desde 1945.

Contra ellos se despliega la fuerza abrumadora de una de las potencias militares más fuertes del mundo, con fuerzas convencionales bien entrenadas y equipadas y unas 6.000 armas nucleares. Rusia es ahora el estado canalla más grande del mundo. Está comandado por un presidente que, a juzgar por sus diatribas histéricas de esta semana, ha abandonado el reino del cálculo racional, como tienden a hacer los dictadores aislados, tarde o temprano. Para ser claros: cuando, en su declaración de guerra el jueves por la mañana, amenazó a cualquiera "que intente interponerse en nuestro camino con consecuencias que nunca han sido vistas en la historia", estaba amenazando con una guerra nuclear.

Habrá un momento para reflexionar sobre nuestros errores pasados. Si, a partir de 2014, nos hubiéramos tomado en serio la idea de ayudar a desarrollar la capacidad de Ucrania para defenderse, hubiésemos reducido la dependencia energética europea de Rusia, hubiésemos purgado el sucio dinero ruso que circulaba por Londres y hubiésemos impuesto más sanciones al régimen de Putin, podríamos estar en un lugar mejor. Pero tenemos que empezar desde cero.

En la niebla inicial de una guerra que apenas comienza, veo cuatro cosas que Europa y el resto de Occidente necesitan hacer. 

En primer lugar, tenemos que asegurar la defensa de cada centímetro del territorio de la OTAN, especialmente en sus fronteras orientales con Rusia, Bielorrusia y Ucrania, contra todas las formas posibles de ataque, incluidas las cibernéticas e híbridas. Durante 70 años, la seguridad de los países de Europa occidental, incluida Gran Bretaña, ha dependido en última instancia de la credibilidad de la promesa de "uno para todos y todos para uno" del artículo 5 del tratado de la OTAN. Nos guste o no, la seguridad a largo plazo de Londres está inextricablemente entrelazada con la de la ciudad estonia de Narva; la de Berlín con Białystok en Polonia; la de Roma con la de Cluj-Napoca en Rumanía.

En segundo lugar, tenemos que ofrecer todo el apoyo que podamos a los ucranianos, sin romper el umbral que llevaría a Occidente a una guerra directa con Rusia. Aquellos ucranianos que decidan quedarse y resistir lucharán por medios militares y civiles para defender la libertad de su país, como tienen todos los derechos posibles en la ley y la conciencia para hacerlo, y como lo haríamos nosotros para nuestros propios países. Inevitablemente, el alcance limitado de nuestra respuesta conducirá a una amarga decepción entre ellos. Los correos electrónicos de amigos ucranianos hablan, por ejemplo, de que Occidente impone una zona de exclusión aérea, negando el espacio aéreo ucraniano a los aviones rusos. La OTAN no va a hacer eso. Al igual que los checos en 1938, como los polacos en 1945, como los húngaros en 1956, los ucranianos dirán: "Ustedes, nuestros compatriotas europeos, nos han abandonado". Pero todavía hay cosas que podemos hacer. Podemos seguir suministrando armas, comunicaciones y otros equipos a quienes se resisten legítimamente a la fuerza armada con la fuerza armada. Igual de importante a medio plazo, podemos ayudar a aquellos que utilizarán las técnicas bien probadas de resistencia civil contra una ocupación rusa y cualquier intento de imponer un gobierno títere. También debemos estar dispuestos a ayudar a los muchos ucranianos que huirán hacia el oeste.

En tercer lugar, las sanciones que imponemos a Rusia deben ir más allá de lo ya preparado. Además de las medidas económicas, debería haber expulsiones de rusos relacionados de la manera que sea con el régimen de Putin. Putin, con su cofre de guerra de más de 600.000 millones de dólares, y su mano en el grifo del gas a Europa, se ha preparado para esto, por lo que las sanciones tardarán en tener pleno efecto. Al final, tendrán que ser los propios rusos los que se den la vuelta y digan: "Basta. No en nuestro nombre". Muchos de ellos, incluido el premio Nobel Dmitry Muratov, ya expresan su horror ante esta guerra. Del mismo modo, la periodista ucraniana Nataliya Gumanyuk ha escrito conmovedoramente sobre una periodista rusa llorando por teléfono con ella mientras los tanques rusos se movían. Ese horror solo aumentará cuando los cadáveres de los jóvenes rusos regresen en bolsas y a medida que el impacto económico y reputacional completo se haga evidente en su país, Rusia. Los rusos serán las primeras y últimas víctimas de Vladimir Putin.

Esto me lleva a un punto final y vital: debemos estar preparados para una larga lucha. Tomará años, probablemente décadas, para que se desarrollen todas las consecuencias del 24 de febrero. A corto plazo, las perspectivas para Ucrania son desesperadamente sombrías. Pero pienso en este momento en el maravilloso título de un libro sobre la revolución húngara de 1956: Victoria de una derrota. Casi todos en Occidente se han dado cuenta del hecho de que Ucrania es un país europeo que está siendo atacado y desmembrado por un dictador. Kiev es hoy una ciudad llena de periodistas de todo el mundo. Esta experiencia dará forma a sus puntos de vista sobre Ucrania para siempre. Habíamos olvidado, en los años de nuestras ilusiones posteriores a la guerra fría, que así es como las naciones se escriben a sí mismas en el mapa mental de Europa: con sangre, sudor y lágrimas.

SANTIAGO ALBA RICO


1. Cuando Margarita Robles justifica contra Unidas Podemos y con regañona unción moral el envío de armas ("no podemos abandonar a los ucranianos"), uno se pregunta por qué se puede abandonar, en cambio, a los palestinos o a los saharauis o a los sirios o a los yemeníes. No sé si se debe o no enviar armas a Ucrania, pero sé que ese argumento moral en boca de una ministra socialista española es el único que no solo no sirve sino que se descalifica a sí mismo desde el punto de vista de la moral.

2. Hay varios argumentos para rechazar el envío de armas. Uno es jurídico-militar. Ni la UE ni la OTAN ni EEUU (recordaba un militar italiano) están en guerra con Rusia ni pueden querer una guerra con Rusia; y el envío de armas Putin lo interpretaría como una declaración de guerra. Hay que evitar por todos los medios, desde luego, una confrontación armada entre la OTAN y Rusia, pero el argumento no me parece muy sólido. Porque ocurre que Putin ya ha interpretado las sanciones como una declaración de guerra. Y considera asimismo una declaración de guerra, justificación de todas sus acciones, la política otanista previa a la invasión. Por ese camino se llega infaliblemente a la conclusión de que es mejor no hacer nada, pues cualquier cosa que se haga se va a interpretar desde Rusia, y con razón, como un gesto hostil. Ahora bien, no hacer nada significa entregar Ucrania y los ucranianos a Putin; o, aún peor, significa entregar Europa a Putin y, en un mundo en crisis, multipolar, sin ideologías ni alternativas económicas, significa además legitimar el redespertar de todos los agravios históricos y alentar todos los aventurerismos nacionalistas. Significa, en definitiva, renunciar al frágil entramado internacional forjado tras la II Guerra Mundial.

3. Otro argumento en contra, más convincente, es el del pragmatismo-pacifista, que sostiene que mandar armas a Ucrania prolongaría la guerra y, en consecuencia, la muerte y la destrucción. Es muy razonable, pero si se trata de acortar la guerra por la vía de la indefensión de la víctima, ¿no deberíamos ser coherentes y pedir a los ucranianos la rendición inmediata? Y si, pese a todo, los ucranianos deciden resistir contra nuestra opinión y con pocas u otras armas, ¿no serán responsables entonces de sus propias muertes y de las de sus familias? ¿De la destrucción de sus casas y hospitales? Si esta es la conclusión, podríamos sospechar que el razonamiento tampoco es del todo bueno. ¿Qué hacer entonces? Habrá que cuestionar tal vez el envío de armas, pero no so pretexto de que los ucranianos ¡van a usarlas! No se puede evitar, a mi juicio, la prolongación de una guerra que la propia población agredida quiere prolongar lo más posible, por cabezonería patriótica o/y como medio para alcanzar una negociación en mejores condiciones. Si tengo muchas dudas sobre la conveniencia de esta medida no se debe, pues, solo a las muertes, siempre trágicas, que se pueden provocar con ellas, pero que ocurrirán también sin ellas; no se trata, si se quiere, de una cuestión de principios, pues el de la legitima defensa y el del pacifismo activo se equilibran en muchos de nosotros (que podemos permitírnoslo en la distancia) en un balanceo angustioso. Lo que me preocupa es la escalada armamentística y el horizonte del enfrentamiento nuclear, que obliga a medir todas las posibles respuestas de Putin, de las que, por lo demás, no sabemos nada. ¿Hay alguna forma de proteger la independencia de Ucrania, rechazar la invasión e impedir un holocausto nuclear? Ese es el verdadero dilema, no el de si las armas convencionales, en manos de los ucranianos, van a servir para matar o no. ¿Van a servir para contener a Rusia, para forzar una negociación que asegure una paz duradera y relativamente justa, para evitar la indefensión de los ucranianos frente a las armas rusas? No lo sabemos. Los que responden negativamente aluden a la racionalidad de Putin, que (dicen) no puede tener interés en suicidarse con matanzas sin cuento y a través de una ocupación estable de Ucrania; y sugieren que negociaría antes si obtuviese antes la victoria. Por desgracia, nadie previó la invasión y, por el mismo motivo, es inútil proyectar nuestra racionalidad en la política imperial rusa; ni estar seguros de lo que pedirá un Putin victorioso en una mesa de negociación. Los que responden afirmativamente son incapaces, por su parte, de garantizar la eficacia de las armas ni de evitar los concomitantes peligros en cadena, entre ellos, no el mayor, el de que las armas acaben en manos del batallón Azov.

4. La discusión sobre si deben o no enviarse armas es, en todo caso, legítima. No se pueden desdeñar como inútiles las advertencias pacifistas ni, frente a ellas, como "belicistas" o irresponsables, las posiciones que, desde la izquierda, sostienen, por ejemplo, Étienne Balibar o Gilbert Achcar. La discusión misma dice mucho, en todo caso, sobre la guerra y sobre la izquierda. Nos dice, en efecto, que en una guerra sólo se puede elegir entre dos opciones malas, ninguna de las cuales es seguro que no agrave las cosas en lugar de aliviarlas. Pero dice mucho también acerca de una izquierda, socialmente muy débil, que se ha visto desbordada, con un pie en el pasado, por un acontecimiento que no encaja en su visión del mundo. Ni los que están a favor ni los que están en contra de las armas van a determinar el curso de la guerra y la negociación. La discusión cumple más bien una función interna, a veces incluso intrapartidista, en la que (sospecho) la bien fundada desconfianza hacia la UE y la OTAN fija muchas de las posiciones. Si la UE negase a Ucrania las armas que pide, ¿no habría más gente de izquierdas pidiendo armar a los ucranianos? Nuestras posiciones siempre se han clarificado por oposición a fuerzas reaccionarias o liberales que, en este caso, comparten con nosotros el rechazo a la invasión rusa. Esta discusión es el resultado también del hecho de que "nuestros malos" de toda la vida no nos lo están poniendo fácil.

5. Así que este desconcierto se traduce en un extraño reparto de papeles: la hipócrita UE denuncia la barbarie de la invasión rusa mientras que una parte de la izquierda dedica todas sus fuerzas a denunciar la responsabilidad de la OTAN. En mi mundo ideal sería exactamente al revés: la UE cuestionaría su dependencia de la OTAN y la izquierda denunciaría sin parar y sin ambages el imperialismo ruso.

6. Así que, lógicamente desconcertados, nos refugiamos en un vago pacifismo o, a medida que pasan los días, en una ambigua suspensión del juicio en la que se va difuminando la gravedad de la invasión rusa. De la manera más paradójica cobra vida de nuevo la "teoría de los dos demonios", ahora en la visión de una izquierda que sostiene, por ejemplo, que los ucranianos han quedado infelizmente atrapados entre los intereses de Putin y los de Biden. Es una visión bienintencionada pero radicalmente falsa. No se trata de renunciar a comprender cómo hemos llegado hasta aquí o a denunciar las políticas atlantistas y estadounidenses; mucho menos de reivindicar a Biden o de negar el uso torticero que está haciendo de la crisis en favor de sus propias batallas geopolíticas. Pero su participación en la guerra de Ucrania no es equivalente a la de Putin. Churchill, por ejemplo, fue un imperialista que bombardeó a los kurdos y negó a los palestinos el derecho sobre su propia tierra alegando que "tanto derecho tienen los palestinos sobre Palestina como un perro sobre el abrevadero en el que bebe". Pero no he oído a nadie afirmar que los polacos en 1939 estaban atrapados entre Hitler y Churchill (hablo de Churchill como encarnación del imperio británico; ya sé que sólo se convirtió en primer ministro en 1940). Seguro que en su momento, en el marco de los acuerdos nazi-soviéticos para repartirse Polonia, muchos comunistas, incluso de buena fe, consideraron a Inglaterra el "enemigo imperialista", pero la historia ha dejado fuera de juego esa argumentación; conviene aprender al menos eso de ella y saber qué errores no hay que volver a cometer, ni siquiera de palabra. Tras la invasión de Ucrania, establecer algún tipo de equivalencia entre Putin y Biden, entre el ejército ruso y la OTAN, entre un invasor y un provocador, carece de rigor y convierte a los ucranianos en víctimas manipuladas del fatalismo geopolítico y no de la libre decisión de Putin de bombardear sus hospitales. Eso es peligroso. El fatalismo geopolítico nos encierra en un realismo tan asfixiante que en él no caben la política, los pueblos, los principios ni las reglas pactadas -aún hipócritamente- por la comunidad internacional; y deja todo en manos de jugadores poderosísimos que juegan al ajedrez con nuestros cuerpos en la oscuridad. Apostar por la paz y por una solución negociada no puede hacernos olvidar quién está atacando a quién. No hay un conflicto; hay una guerra desencadenada por una invasión imperialista. ¿No conviene nombrar bien las cosas? Había un conflicto, sí, antes de esta guerra criminalmente provocada por Putin y habrá que reconducir de nuevo la guerra al conflicto y tratarlo desde la UE con más cuidado y menos arrogancia que hasta ahora. Pero eso mismo exige mucha ecuanimidad y ninguna equidistancia.

7. La OTAN no ha hecho nada nuevo en las últimas semanas, nada que la izquierda no haya criticado sin parar y en vano desde hace años. La invasión rusa, de hecho, no sólo es responsable de la invasión; lo es también de la resurrección de una organización militar que estaba, según palabras de Macron, en "muerte cerebral". ¿No debería ser esta una razón adicional para denunciar desde la izquierda el imperialismo ruso? Se habla con fundamento de la responsabilidad de la OTAN en el acoso geopolítico a Rusia, pero Ucrania no forma parte de la OTAN ni estaba encima de la mesa su ingreso, impedido por Francia y Alemania desde 2008. Algunos piensan, con ánimo legitimador o no, que Rusia se ha limitado a responder a la organización atlántica, última responsable de todo lo ocurrido. Pero también es legítimo preguntarse, al revés, como hacen muchos ucranianos bajo las bombas, si Rusia se habría atrevido a invadir su país de haber pertenecido efectivamente a la OTAN. Por lo demás, ¿la hazaña de Rusia no es la de haber conseguido que, a los ojos de muchos habitantes de la zona, la OTAN tenga de pronto sentido; que piensen en ella como en un refugio y una defensa? Incluso Balibar, marxista nada complaciente con el atlantismo, así lo contempla: la acción de Putin ha convertido una organización inútil y peligrosa en una protección objetiva. La OTAN se está frotando las manos por este regalo que se le ha hecho, pero hay que forzar mucho las cosas para pensar que todo lo sucedido (incluida la invasión rusa) es un pérfido plan suyo para rehabilitarse primero y devorar a Rusia después.

8. Se denuncia la hipocresía de la UE, que manda armas e impone sanciones mientras paga a Rusia, a cambio de su gas, 700 millones de euros diarios que Rusia utiliza en financiar la guerra que denunciamos. ¿Pero es hipocresía? Yo veo, sí, una contradicción, resultado de un inteligente chantaje ruso que la UE aceptó hace mucho tiempo y que no puede sacudirse sin consecuencias terroríficas, al menos en estos momentos. La pregunta es, ¿qué puede hacer la UE? Hay dos posibilidades: una, dejar de criticar a Rusia e ignorar o incluso apoyar su invasión, puesto que depende de su gas. Y otra: dejar de comprar su gas y trasladar los efectos de la guerra a los ciudadanos europeos de la manera más brutal. ¿Cuál es preferible? Hay una tercera opción, la llamada "hipocresía", a condición de que al mismo tiempo se tomen medidas para reducir las ganancias insultantes de las compañías eléctricas y para proteger a los europeos de las subidas de precios no atribuibles a Putin; y para cambiar las políticas energéticas a medio plazo, cosa que (en el caso de que realmente se quiera hacer) llevará su tiempo. Nuestras presiones, me parece, deberían ir en esa dirección.

9. Que la UE, que no está en guerra, deba evitar el lenguaje bélico, la propaganda y la rusofobia; que nuestros medios de comunicación deban medir sus palabras para no alimentar el belicismo maniqueo, no puede llevarnos a ver belicismo en la legítima defensa del pueblo ucraniano, al que habría que apoyar, sin dicotomías incendiarias, cuando lucha con armas y cuando lucha sin ellas, como también hacen (es importante recordarlo) algunos pacifistas que se resisten a enrolarse en el ejército. En realidad, los ciudadanos españoles poco podemos hacer. La defensa de Ucrania está en manos de los ucranianos que se defienden sobre el terreno y de los rusos que denuncian la guerra en su propio país. Hay que apoyar a los dos. Y no sabemos cómo. La discusión misma, cada vez más acalorada, expresión de nuestra impotencia, induce la ilusión paradójica de que del resultado de esa discusión depende la salvación de Ucrania y el destino del mundo. Pero no es así. Nuestras discusiones no suponen ninguna presión para ninguno de los actores. Si no somos capaces de impedir los desahucios o derogar la Ley Mordaza, ¿vamos a ser capaces de detener una guerra? La invasión de Ucrania ilumina los harapos mentales y organizativos de la izquierda. Ese es también un grave problema en una Europa en la que Putin está mucho menos aislado de lo que parece y en la que la batalla de la democracia, que es en realidad la única realmente nuestra, se está perdiendo por goleada. Por eso es muy importante, como dice con razón Zizek, la política europea de refugiados. La UE no tiene ni petróleo ni gas ni minerales raros; lo único que podría ofrecer al mundo (al que tiene que ganarse si no quiere que distintas formas de putinismo lo devoren) es un modelo distinto de gestión, realmente democrático y realmente fundado en los DDHH. Si no se entiende que esa es la batalla europea, la de las instituciones y la de la izquierda, la victoria de Putin, con independencia de lo que ocurra en Ucrania, está ya asegurada.

NOAM CHOMSKY


A medida que Rusia intensifica su asalto a Ucrania y sus fuerzas avanzan sobre Kiev, las conversaciones de paz entre las dos partes estaban programadas para reanudarse hoy por cuarta vez, pero ahora se han pospuesto hasta mañana. Desafortunadamente, algunas oportunidades para un acuerdo de paz ya se han desperdiciado, por lo que es difícil ser optimista sobre cuándo terminará la guerra. Sin embargo, independientemente de cuándo o cómo termine la guerra, su impacto ya se está sintiendo en todo el sistema de seguridad internacional, como lo demuestra el rearme de Europa. La invasión rusa de Ucrania también complica la lucha urgente contra la crisis climática. La guerra tiene un alto costo en Ucrania y en el medio ambiente, pero también le da a la industria de los combustibles fósiles una influencia adicional entre los gobiernos.

Si bien una cuarta ronda de negociaciones estaba programada para hoy entre representantes rusos y ucranianos, ahora se pospone hasta mañana, y todavía parece poco probable que se alcance la paz en Ucrania en el corto plazo. Los ucranianos no parecen propensos a rendirse, y Putin parece decidido a continuar su invasión. En ese contexto, ¿qué opina de la respuesta del presidente ucraniano Volodymyr Zelensky a las cuatro demandas centrales de Vladimir Putin, que eran (a) cesar la acción militar, (b) reconocer Crimea como territorio ruso, (c) enmendar la constitución ucraniana para consagrar la neutralidad, y (d) reconocer las repúblicas separatistas en el este de Ucrania?

Antes de responder, me gustaría enfatizar el tema crucial que debe estar en la vanguardia de todas las discusiones de esta terrible tragedia: debemos encontrar una manera de poner fin a esta guerra antes de que se intensifique, posiblemente para la devastación total de Ucrania y la catástrofe inimaginable más allá. La única manera es un acuerdo negociado. Nos guste o no, esto debe proporcionar algún tipo de escotilla de escape para Putin, o lo peor sucederá. No una victoria, sino una escotilla de escape. Estas preocupaciones deben ser lo más importante en nuestras mentes.

No creo que Zelensky debiera haber aceptado simplemente las demandas de Putin. Creo que su respuesta pública el 7 de marzo fue juiciosa y apropiada.

En estos comentarios, Zelensky reconoció que unirse a la OTAN no es una opción para Ucrania. También insistió, con razón, en que las opiniones de las personas en la región de Donbas, ahora ocupada por Rusia, deberían ser un factor crítico para determinar algún tipo de asentamiento. En resumen, está reiterando lo que muy probablemente habría sido un camino para prevenir esta tragedia, aunque no podemos saberlo, porque Estados Unidos se negó a intentarlo.

Como se ha entendido durante mucho tiempo, décadas de hecho, para Ucrania unirse a la OTAN sería más bien como si México se uniera a una alianza militar dirigida por China, organizando maniobras conjuntas con el ejército chino y manteniendo armas dirigidas a Washington. Insistir en el derecho soberano de México a hacerlo superaría la idiotez (y, afortunadamente, nadie lo menciona). La insistencia de Washington en el derecho soberano de Ucrania a unirse a la OTAN es aún peor, ya que establece una barrera insuperable para una resolución pacífica de una crisis que ya es un crimen impactante y que pronto empeorará mucho a menos que se resuelva, mediante las negociaciones a las que Washington se niega a unirse.

Las razones para EE.UU.-Reino Unido la concentración total en medidas bélicas y punitivas, y la negativa a unirse al único enfoque sensato para poner fin a la tragedia [tal vez] se basan en la esperanza de un cambio de régimen. Si es así, es criminal y tonto.

Eso es bastante aparte del espectáculo cómico de la postura sobre la soberanía por parte del líder mundial en descarado desprecio por la doctrina, ridiculizada en todo el Sur Global, aunque Estados Unidos y Occidente en general mantienen su impresionante disciplina y toman en serio la postura, o al menos pretenden hacerlo.

Las propuestas de Zelensky reducen considerablemente la brecha con las demandas de Putin y brindan la oportunidad de llevar adelante las iniciativas diplomáticas que han emprendido Francia y Alemania, con un apoyo chino limitado. Las negociaciones pueden tener éxito o fracasar. La única forma de averiguarlo es intentarlo. Por supuesto, las negociaciones no llegarán a ninguna parte si Estados Unidos persiste en su firme negativa a unirse, respaldado por el comisariado virtualmente unido, y si la prensa continúa insistiendo en que el público permanezca en la oscuridad al negarse incluso a informar las propuestas de Zelensky.

Para ser justos, debo agregar que el 13 de marzo, el New York Times publicó un llamado a la diplomacia que llevaría adelante la "cumbre virtual" de Francia-Alemania-China, al tiempo que ofrecía a Putin una "rampa", por desagradable que sea. El artículo fue escrito por Wang Huiyao, presidente de un grupo de expertos no gubernamentales de Beijing.

Parece que, en algunos sectores, la paz en Ucrania no ocupa un lugar prioritario en el orden del día. Por ejemplo, hay muchas voces tanto en los Estados Unidos como en el Reino Unido que instan a Ucrania a seguir luchando (aunque los gobiernos occidentales han descartado el envío de tropas para defender a Ucrania), probablemente con la esperanza de que la continuación de la guerra, junto con las sanciones económicas, pueda conducir a un cambio de régimen en Moscú. Sin embargo, ¿no es el caso que incluso si Putin realmente cae del poder, todavía sería necesario negociar un tratado de paz con cualquier gobierno ruso que venga después, y que se tendrían que hacer compromisos para la retirada de las fuerzas rusas de Ucrania?

Solo podemos especular sobre las razones de Estados Unidos y el Reino Unido. Concentración total en medidas bélicas y punitivas, y negativa a unirse al único enfoque sensato para poner fin a la tragedia. Tal vez se basa en la esperanza de un cambio de régimen. Si es así, es criminal y tonto. Criminal porque perpetúa la guerra viciosa y corta la esperanza de poner fin a los horrores, tonto porque es bastante probable que si Putin es derrocado alguien aún peor se haga cargo. Ese ha sido un patrón consistente en la eliminación del liderazgo en las organizaciones criminales durante muchos años, asuntos discutidos de manera muy convincente por Andrew Cockburn.

Y en el mejor de los casos, como usted dice, dejaría el problema del asentamiento donde está.

Otra posibilidad es que Washington esté satisfecho con la forma en que avanza el conflicto. Como hemos discutido, en su tontería criminal, Putin proporcionó a Washington un enorme don: establecer firmemente el marco atlantista dirigido por Estados Unidos para Europa y cortar la opción de una "casa común europea" independiente, un tema de larga data en los asuntos mundiales desde el origen de la Guerra Fría. Personalmente, soy reacio a ir tan lejos como las fuentes altamente informadas que discutimos anteriormente que concluyen que Washington planeó este resultado, pero está lo suficientemente claro como para que haya ocurrido. Y, posiblemente, los planificadores de Washington no ven ninguna razón para actuar para cambiar lo que está en marcha.

Vale la pena notar que la mayor parte del mundo se mantiene al margen del horrible espectáculo en curso en Europa. Un ejemplo revelador son las sanciones. El analista político John Whitbeck ha elaborado un mapa de sanciones contra Rusia: Estados Unidos y el resto de la angloesfera, Europa y parte del este de Asia. Ninguno en el Sur Global, que está observando, desconcertado, mientras Europa vuelve a su pasatiempo tradicional de matanza mutua mientras persigue implacablemente su vocación de destruir cualquier otra cosa que elija a su alcance: Yemen, Palestina y mucho más. Las voces en el Sur Global condenan el brutal crimen de Putin, pero no ocultan la hipocresía suprema de la postura occidental sobre crímenes que son una fracción de sus propias prácticas regulares, hasta el presente.

La invasión rusa de Ucrania puede muy bien cambiar el orden global, especialmente con el probable surgimiento de la militarización de la Unión Europea. ¿Qué significa el cambio en la estrategia de Rusia de Alemania, es decir, su rearme y el aparente fin de la Ostpolitik, para Europa y la diplomacia global?

Hay un breve período en el que las correcciones de curso siguen siendo posibles. Puede que pronto llegue a su fin a medida que la democracia estadounidense, como todavía lo es, continúe en su curso autodestructivo.

El efecto principal, sospecho, será lo que mencioné: una imposición más firme del modelo atlantista dirigido por Estados Unidos y basado en la OTAN y reducir una vez más los repetidos esfuerzos para crear un sistema europeo independiente de los Estados Unidos, una "tercera fuerza" en los asuntos mundiales, como a veces se le llamaba. Esa ha sido una cuestión fundamental desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Putin lo ha resuelto por el momento al proporcionar a Washington su más preciado deseo: una Europa tan subordinada que una universidad italiana trató de prohibir una serie de conferencias sobre Dostoievski, para tomar solo uno de los muchos ejemplos atroces de cómo los europeos están haciendo el ridículo.

Mientras tanto, parece probable que Rusia se desplace aún más en la órbita de China, convirtiéndose en un productor de materias primas cleptocrático en declive de lo que es ahora. Es probable que China persista en sus programas de incorporar cada vez más al mundo al sistema de desarrollo e inversión basado en la iniciativa de la Franja y la Ruta, la "ruta marítima de la seda" que pasa por los Emiratos Árabes Unidos hacia el Medio Oriente y la Organización de Cooperación de Shanghai. Estados Unidos parece decidido a responder con su ventaja comparativa: la fuerza. En este momento, eso incluye los programas de Biden de "cerco" de China por bases militares y alianzas, mientras que tal vez incluso busque mejorar la economía de Estados Unidos siempre y cuando se enmarque como competidora con China. Justo lo que estamos observando ahora.

Hay un breve período en el que las correcciones de curso siguen siendo posibles. Puede que pronto llegue a su fin a medida que la democracia estadounidense, como todavía lo es, continúe en su curso autodestructivo.

La invasión rusa de Ucrania también puede haber asestado un duro golpe a nuestras esperanzas de abordar la crisis climática, al menos en esta década. ¿Tiene algún comentario que hacer sobre esta observación mía bastante sombría?

Los comentarios apropiados superan mis limitadas habilidades literarias. El golpe no solo es severo, sino que también puede ser terminal para la vida humana organizada en la tierra, y para las innumerables otras especies que estamos en proceso de destruir con abandono.

En medio de la crisis de Ucrania, el IPCC publicó su informe de 2022, con mucho, la advertencia más grave que ha producido hasta ahora. El informe deja muy claro que debemos tomar medidas firmes ahora, sin demora, para reducir el uso de combustibles fósiles y avanzar hacia las energías renovables. Las advertencias recibieron un breve aviso, y luego nuestra extraña especie volvió a dedicar recursos escasos a la destrucción y aumentó rápidamente su envenenamiento de la atmósfera, mientras bloqueaba los esfuerzos para liberarse de su camino suicida.

La industria de los combustibles fósiles apenas puede suprimir su alegría por las nuevas oportunidades que la invasión ha brindado para acelerar su destrucción de la vida en la tierra. En los Estados Unidos, es probable que el partido negacionista, que ha bloqueado con éxito los limitados esfuerzos de Biden para lidiar con la crisis existencial, regrese al poder pronto, para que pueda reanudar la dedicación de la administración Trump para destruir todo lo más rápido y efectivo posible.

El juego no ha terminado. Todavía hay tiempo para la corrección radical del rumbo. Los medios se entienden. Si la voluntad está ahí, es posible evitar la catástrofe y pasar a un mundo mucho mejor. La invasión de Ucrania ha sido de hecho un duro golpe para estas perspectivas. Si constituye un golpe terminal o no nos corresponde a nosotros decidir.


14/3/22

Solo existe Ucrania (lo demás es invisible a los ojos y al corazón)

Hay refugiados de muchas índoles y categorías. Los de estos días de crudeza guerra ucraniana responde a niños hermosos dormitando en los hombros apaciguadores de sus madres, que exhiben el rostro congestionado por el trauma de ver destruida una forma de vida cuando todo parecía indicar que jamás sucedería. No en Europa.

En 2015, cuando la crisis de refugiados de Grecia y Macedonia, que ya nadie recuerda, las familias sirias no despertaban igual espectáculo. Hoy, felizmente, parece que el mundo ha despertado para advertir cuán despiadado y asesino era el gobierno ruso. Los sirios estuvieran muriendo bajo las mismas bombas rusas durante años y sus voces igualmente rogaron al mundo que fuesen ayudados. Pero el mundo no se preocupó de Siria, más allá de lo habitual (alguna ONG, consternación, etc.). ¿Cómo le cuentas a un niño sirio que su vida no forma parte de un cálculo geopolítico y que en el gran esquema de los titiriteros su vida no vale nada?

Siento decir que los refugiados son acogidos selectivamente, lo mismo que los criminales de guerra son también castigados selectivamente. Es un sesgo propio del mundo occidental que se escucha a diario en la retórica de los políticos, los periodistas y demás líderes mundiales, que nunca faltan (creo que sobran). Estos días, en Polonia, se percibe con claridad cuál es la situación de necesidad y esfuerzo cuando los refugiados son bienvenidos, cuando la bondad y la compasión saluda a quienes huyen por temor. Cuando cientos de voluntarios esperan autobús tras autobús con letreros que ofrecen viajes gratuitos y lugares cálidos donde cobijarse. Cuando las fuerzas de seguridad del anfitrión facilitan el movimiento y proporcionan información y refugio. En 2015, quienes huían fueron acorralados como ganado por las fuerzas de seguridad: kilómetros y más kilómetros de personas caminando, esperando y rezando para que alguien mostrase misericordia. Abundaba la retórica antirrefugiados en los gobiernos europeos y en la propia población europea. Incluso temíamos que el ISIS se infiltrara entre todos aquellos refugiados.

Nos apiadaremos mucho, pero lo que sucede en Etiopía, Irak, Yemen, Siria, la República Democrática del Congo, casi todo todo el Sahel, Mozambique o Haití, nos da lo mismo, salvo cuando vemos las imágenes en los telediarios. Cuando los refugiados vienen de Oriente Próximo o Medio, de África o de Afganistán, el dolor y sufrimiento nos resultan irreconocibles. Y todas esas personas también tienen sueños, hogares y deseos de prosperidad. En 2015 solo las excepciones resultaban ayuda para aquellos refugiados, en forma de comida y agua para los refugiados. Ahora mismo, en cada centro de reubicación de refugiados y cruce fronterizo, hay montañas de ropa, animales de peluche, juguetes y mucho más, amén de todo un sistema y un masivo voluntariado trabajando juntos para ayudar a los ucranianos que huyen. Entonces, la canciller alemana, Angela Merkel, dijo que Alemania acogería a un millón de sirios. Lo que finalmente resultó fue un acuerdo con Turquía para cerrar la ruta migratoria. Hoy, muchos de aquellos refugiados siguen en los mismos campamentos y en los mismos centros, con la vida estancada y muchos niños, nacidos en esos campamentos, jamás han conocido un hogar real. Es probable que muchos no sepan que los sirios todavía están en campamentos improvisados. Hoy, los países se han unido para presionar a Rusia, imponiendo sanciones muy duras, con bloqueos de tarjetas de crédito, aerolíneas que dejan en tierra sus aviones y boicot a ciertos productos y materias primas. 

Detrás de Ucrania, detrás de Siria, de Irak, de Afganistán, del Congo, se encuentra la incapacidad de comprender por qué la realidad se alteró tan violentamente de forma repentina, pueblos y ciudades reducidos a escombros, hogares convertidos en sucio polvo gris, almas gritando. Pero, por alguna razón, solo creemos que exista Ucrania.





10/3/22

Putin: coqueteando con el Armagedón

Tras la negativa a aceptar el ultimátum ruso del 17 de diciembre, Occidente poco a poco va tomando conciencia de que el riesgo de guerra con Rusia puede ser real, que es algo más que Ucrania, que Putin, ese “extremista latente”, según el politólogo Gleb Pavlovski, puede que no esté simplemente fanfarroneando. Todos los ojos están puestos en Moscú, buscando febrilmente pistas que puedan proporcionar una clave sobre el comportamiento ruso.

Algunos expertos, cuyos estómagos son particularmente fuertes, han tenido el coraje de ver la televisión rusa, creyendo con razón que indicaría la dirección del viento. Pero incluso aquellos que están blindados con una larga práctica en los medios de comunicación de Putin sintieron que se estaban hundiendo en una película de terror. Demos algunas muestras de lo que escuchó el televidente ruso la noche del 16 de enero. Durante el programa de Wladimir Soloviev, fuimos testigos de un torrente de odio contra Ucrania, que rápidamente se transformó en un llamado al asesinato: “Ucrania será liquidada”. Variante: “Ucrania será liquidada por Estados Unidos”. No se olvidan otros “rusófobos”: ante todo, Gran Bretaña. Dmitri Evstafiev, profesor de la Escuela Superior de Economía de Moscú, despotrica: “¡Debemos obligar a Estados Unidos a obligar al Reino Unido a desnuclearizarse! Porque apesta!!! ¡¡¡Gran Bretaña es un mono con una granada!!!”. Y, por supuesto, los Estados bálticos: “Ni siquiera puedes llamarlos países [países bálticos]”. Europa atrae las peores imprecaciones, en el lenguaje soez de matones que ahora caracteriza a los diplomáticos y “expertos” rusos: “Si queremos, jodemos a la Unión Europea por la espalda”. Estos bufones solo imitan a su presidente, quien en su conferencia anual, hablando de Occidente, dijo: “¡Al diablo con ustedes y sus preocupaciones!”.

Aún más escalofriante es la euforia obvia con la que el coro del Kremlin evoca un ataque nuclear contra Occidente. Los propagandistas ya no dudan en afirmar que Rusia podría sobrevivir a una guerra nuclear, mientras que los países occidentales se vitrificarían. Hiroshima, se le recuerda al espectador ruso, es una ciudad hermosa, se ha vuelto mucho mejor que antes del bombardeo atómico. Soloviev grita: “¿Quién te dijo que no puede haber un ganador en una guerra nuclear? Creo que puede haber un ganador: ¡Rusia!”. Para no quedarse atrás, Yakov Kedmi, un “experto” israelí del tipo de Putin, devoto de la galería de Soloviev, ruge a su vez: “En caso de una guerra nuclear, ¡Rusia sufrirá daños pero Estados Unidos será destruido! !! ¡Esta tierra ya no existirá! Al igual que Europa. ¡Rusia permanecerá, mientras que durante mil años nada crecerá en el territorio de los Estados Unidos!” Zhirinovsky estalla: “2021 fue el último año pacífico para Europa. Ellos [los europeos] están celebrando por última vez... champán, whisky... Una gran tragedia le espera a la humanidad, a Europa. Después del comienzo de un conflicto armado en Europa, el número [de víctimas] será de millones. No habrá tiempo para contar. La decisión sólo puede tomarse por la fuerza. Zlobin (dirigiéndose a un politólogo especializado en Estados Unidos) — ¡Deja de ir a Nueva York! ¡Pronto esta ciudad dejará de existir! Europa dejará de existir. No habrá más Kiev, Varsovia, Londres”. Zhirinovsky, sin embargo, cede en un estallido humanista: “Toda Europa no debería ser destruida, pero Londres (sí). Que vivan los escoceses, los irlandeses, los galeses. Pero (no) Londres, siempre en el centro de la propaganda antirrusa”. El 21 de enero aclara sus pensamientos en el primer canal de RussianTV: “¡Ucrania, Moldavia, Bielorrusia deben convertirse en provincias rusas! Guerra nuclear: ¡seguiremos siendo la única superpotencia! ¡Algunos países deben ser destruidos! ¡Moscú dictará a todo el mundo! […] ¡Guerra de aniquilamiento total! ¡Estados Unidos y Londres deben ser destruidos! Lavrov traerá a Blinken un último documento para firmar, ¡el acto de rendición! ¡La guerra durará una semana! […] Biden es el último presidente de los Estados Unidos, hay que protegerlo. No habrá más idioma inglés, ¡solo ruso!”.

Esta retórica también resuena en la Duma. El mismo Wladimir Zhirinovsky sugirió condiciones aún más inaceptables para la OTAN, como la disolución de la alianza, la destrucción de armas nucleares en todo el espacio europeo, excepto el territorio de Rusia, y la restauración de las fronteras soviéticas del 1 de enero de 1990. Y tras la negativa de Occidente, Rusia tiene que “implementar nuestra ventaja en el campo técnico-militar”. Zhirinovsky concluyó: “Debemos resolver el problema radicalmente para que solo Rusia permanezca entre varias superpotencias. El mundo no soportará tres superpotencias (EE.UU., China, Rusia). Ahora podemos hacerlo, porque solo nosotros tenemos un arma tal que ya nadie nos puede amenazar”. El vicepresidente de la Duma estatal, Pyotr Tolstoy, es más modesto en su opinión: Rusia debe ser restaurada dentro de las fronteras del Imperio Ruso. Según él, cuando varios países que anteriormente formaban parte del imperio se unen a Rusia, los países bálticos y Finlandia “se arrastrarán de rodillas”, al darse cuenta de “la insignificancia de su posición”. Otro parlamentario, Yevgeny Fyodorov, miembro del partido pro-Putin Rusia Unida, también amenazó a Occidente con una guerra nuclear y biológica en YouTube. En su opinión, Putin podría decidir usar armas nucleares. La última opción “es un ataque preventivo con armas nucleares”, dijo. “O incluso solo con misiles estratégicos en un campo de entrenamiento en Nevada. No hay civiles allí. Si avisamos dos o tres días antes, es una muy buena opción. Y una demostración de la seriedad de nuestras intenciones”. Delyagin, también diputada, después de llamar a Annalena Baerbock, la ministra de Relaciones Exteriores alemana, “perra adiestrada”, hace la siguiente sugerencia ingeniosa: “¿Por qué necesitamos poner misiles en Cuba? Eso fue en el siglo pasado. Hay territorios en los Estados Unidos que los estadounidenses no controlan. ¿Por qué necesitamos misiles en Cuba cuando se pueden colocar en Los Ángeles?”.

Metástasis de este tipo de discurso se están extendiendo en las redes sociales y en las publicaciones de los grupos derechistas putinófilos en el extranjero. Así, Riposte Laïque publicó un artículo de un tal Boris Karpov titulado “¿Deberíamos deshacernos de un hombre para evitar la guerra en Europa y salvar a millones?” que lleva todas las características de la propaganda televisiva rusa. El artículo despotrica contra Emmanuel Macron porque “en un discurso ante el Parlamento Europeo, Macron propuso que Europa se aliara con la OTAN para ‘contrarrestar’ a Rusia”. Se suma así a las filas de “los ‘pesos ligeros’ de Europa”. “Ucrania por supuesto, un país liderado por un ex payaso que se ha convertido en un títere de los Estados Unidos […] Los Estados Bálticos, cuya superficie total (175.000 km2) con 3 países es del tamaño de una mierda de mosca en comparación con la superficie área de Siberia sola (13.100.000 km2), y cuyo poder militar es cercano a cero. Polonia, eterna sembradora de mierda en Europa”. Y nos recuerda que Francia tiene que comportarse: “si es cierto que a nivel militar Francia es algo más que los Estados bálticos asociados con Polonia, es de todos modos muy poco para burlarse de Rusia. Digamos que si el Ejército Rojo (sic) puede tomar los Estados Bálticos en 3 a 5 días y Ucrania en 5 a 7 días, todavía tardará algunas semanas en asentarse bajo la Torre Eiffel. […] Entonces, podemos preguntarnos razonablemente si no sería mejor deshacerse del único francés que habla de hacer la guerra a Rusia, en lugar de arriesgar la vida de muchos soldados y civiles en ambos lados. Pensemos con frialdad, pongamos en la balanza la eliminación de un 'hombre', o más bien un 'individuo', por no decir 'traidor a su país y a su pueblo', y un cruento conflicto que costará miles de vidas en ambos bandos. ? Si en 1939 se hubiera eliminado a Hitler, ¿cuántos millones de muertes se habrían evitado?”.

Los delirios marciales de estos ejemplos no son nuevos. Ya en 2015, el politólogo Alexander Bovdunov escribió que “la solución final del conflicto de civilizaciones [entre Rusia y Occidente] solo puede ser la aniquilación de una de las partes […] Nuestro objetivo es, por lo tanto, aniquilar a Occidente en su forma civilizacional actual”. Wladimir Zhirinovsky se jactó: “¡Hoy estamos teniendo éxito en lo que hemos estado tratando de hacer sin éxito durante 500 años! ¡Y estamos cambiando Occidente!”. En el documental conmemorativo de la anexión de Crimea emitido por la televisión rusa el 15 de marzo de 2015, Putin recuerda el diálogo imaginario que había mantenido con Occidente durante aquellos dramáticos días: “¿En nombre de qué irías a luchar aquí? ¿No sabes? En cuanto a nosotros, lo sabemos. Y estamos listos para cualquier cosa…” Zhirinovsky se hace eco de él en una incendiaria entrevista el 6 de junio de 2015, transmitida por la televisión Dojd: “Shoigu [el Ministro de Defensa ruso] solo tiene que dirigir sus fuerzas nucleares hacia Berlín, Bruselas, Londres, Washington. ¿Habrá una guerra? En absoluto, dirán: no hagas nada al respecto, estamos de acuerdo contigo, nos retiramos. Quieren vivir. […] Los europeos viven en el lujo, simplemente se divierten. No quieren ir a la guerra. Si Moscú enseña los dientes, disolverá la OTAN. Basta con decirles: si no liquidan la OTAN en veinticuatro horas, bombardearemos las capitales de los estados miembros. Y lo harán para seguir viviendo y divirtiéndose”.

Recordemos la crisis del otoño de 2016, de la que tal vez podamos sacar lecciones hoy. El 3 de octubre de 2016, el Kremlin ya había lanzado un ultimátum demente a Washington. Como condición para reanudar las relaciones con Estados Unidos, Moscú exigió el abandono de la Ley Magnitsky(1) y de la ley de apoyo a Ucrania, la reducción del número de tropas e infraestructuras de las fuerzas de la OTAN en Europa del Este, el abandono de las sanciones y … compensación Rusia por el daño causado por las contra-sanciones. 9 de octubre de 2016 Dmitry Kisselev, uno de las estrellas de la propaganda del Kremlin, comentaron las demandas de Rusia en el primer canal citando el aforismo favorito del presidente Putin: “Si la lucha es inevitable, golpea primero”. El 10 de octubre se anuncia el estándar de suministro de pan en Petersburgo en caso de guerra: 300 g por día durante 20 días. Un funcionario del ayuntamiento aseguró a los moscovitas que los refugios antibombas de la capital podrían albergar a 12 millones de personas. En ese momento, Moscú no ocultó sus segundas intenciones: se esperaba que los europeos, “cansados ​​de estar bajo la amenaza de una tercera guerra mundial”, se dieran líderes “más dispuestos a llegar a un acuerdo con Rusia que a una confrontación".

El discurso electoral de Putin del 1 de marzo de 2018 anunció claramente la tendencia de su política futura. La primera parte enfatizaba la necesidad de un “salto adelante” en el ámbito económico y afirmaba que el “atraso” de Rusia en el campo tecnológico amenazaba su futuro. La segunda parte detalló durante 40 minutos las “Wunderwaffen”, las nuevas armas milagrosas con las que contaba Rusia y con las que podía aniquilar a Estados Unidos y los países de la OTAN. Putin concluyó su larga charla con videos de misiles que se dirigían a Florida: “No querían escucharnos, ahora nos escucharán”. En la película World Order 2018 estrenada en vísperas de las elecciones, Putin comentó sobre un ataque nuclear: “Sí, para la humanidad será una catástrofe global, para el mundo será una catástrofe global. Pero aún así, como ciudadano ruso y jefe del estado ruso, me hago la pregunta: ¿realmente necesitamos un mundo sin Rusia?" Yavlinsky, el líder del Partido Liberal, informó de una conversación con Putin poco después de las elecciones de marzo de 2018. A su pregunta, “¿Entiendes que estamos cerca de la guerra?” Putin respondió: “Sí. Y lo ganaremos…

Que se nos perdonen estas numerosas citas. Pretendemos entrar en el “mundo paralelo” en el que vive Wladimir Putin y en la burbuja informativa en la que evoluciona el espectador ruso. Claramente hay una ósmosis notable entre los dos: de ahí el interés por seguir de cerca el discurso de los propagandistas. Tratemos ahora de comprender la génesis de este “mundo paralelo” y las causas del hechizo que mantiene encadenada a la población rusa y la hace aplaudir o tolerar llamadas y discursos genocidas rebosantes de odio que repugnarían a cualquier pueblo normal.

Intentemos primero aventurarnos en la cabeza de Wladimir Putin. De su formación en la KGB, el presidente ruso saca una convicción fundamental: si los hombres actúan, es porque están obligados a hacerlo o porque son manipulados. Alguien está tirando de los hilos. La visión de Putin tiene un punto ciego: no deja espacio para la libertad, y toda su política se deduce de esta enfermedad de su psique. Si los ucranianos se rebelan contra su presidente prorruso es porque son manipulados por Occidente. Si los manifestantes anti-Putin salen a la calle es porque Hillary Clinton ha planeado crear una quinta columna en Rusia. Esta percepción del mundo, que no tiene en cuenta la iniciativa y el libre albedrío de los individuos, conduce necesariamente a la conspiración y la paranoia. El mundo que ve Putin está corrompido por las malas voluntades (estadounidenses, occidentales, “globalistas”, “hijos de Soros”, multinacionales, etc.) que conspiran día y noche contra él y Rusia. Todos los eventos negativos que ocurren son el resultado de los esquemas de estas fuerzas malignas. Esta paranoia general conduce inevitablemente a una fascinación por el apocalipsis: dado que el mundo (excepto Rusia) está contaminado por completo, impuro más allá de la redención, debe ser destruido. La misión de Rusia es asegurar esta purificación por el fuego, para acelerar el Juicio Final. En noviembre de 2018, dirigiéndose al Foro Valdai, el presidente ruso pronunció la siguiente frase, revelando el sustrato escatológico de su pensamiento: en caso de una guerra nuclear “nosotros, como víctimas de agresión, nosotros, como mártires, iremos al cielo, y ellos [los enemigos de Rusia] simplemente morirán. Porque ni siquiera tendrán tiempo para arrepentirse”.

Uno a menudo se pregunta cómo un líder con ideas delirantes puede arrastrar a su gente detrás de él, a veces hasta el punto del suicidio. Tales líderes saben cómo apelar a las pasiones dominantes de la multitud: resentimiento, odio, miedo. Hasta ahora, Putin ha mantenido un firme control sobre los rusos porque confía en el odio a Occidente y en un espíritu de venganza, sentimientos alimentados por un fuerte sentido de inferioridad (en 1944, el joven Brezhnev, entonces comisario político, escribió a su madre: "Echo de menos mi tierra natal, Madre. ¡Iré a París, subiré a la Torre Eiffel y escupiré a toda Europa!"). Cultivado por primera vez por el clero ortodoxo durante la monarquía de Moscú, este odio a Occidente floreció a partir de mediados del siglo XIX. El círculo de Putin está visiblemente influenciado por los últimos eslavófilos que odiaban Europa. Según el eslavófilo Danilevski, por ejemplo, “Europa no solo nos es ajena, sino que nos es hostil”. Danilevski aboga por una guerra contra Europa porque limpiará la tuación de Rusia neutralizando a los “occidentales”: “La lucha contra Occidente es la única forma de curar nuestros males culturales rusos”. Dostoyevsky sueña con un apocalipsis que destruiría en llamas las ciudades malditas de Europa. El mismísimo rusófilo Eugene Melchior de Vogüe, que popularizó la novela rusa en Francia, relata este episodio: “Recuerdo cómo él [Dostoyevsky] despotricó contra París una tarde en que se apoderó de él la inspiración; habló de ella como Jonás hablaría de Nínive, con un fuego de indignación bíblica; Anoté sus palabras: “Un profeta aparecerá una noche en el Café Anglais, escribirá en la pared las tres palabras de la llama; de allí partirá la señal del fin del viejo mundo, y París se derrumbará a sangre y fuego, con todo lo que hace su orgullo, sus teatros y su Café Anglais”. “Toda la riqueza acumulada por Europa no la salvará de su ruina, porque en un momento toda la riqueza desaparecerá”. Otro pensador en boga hoy, Konstantin Leontiev, sueña que París se “transformará en un campo de ruinas y cenizas”. Para él, la guerra no es de temer: es necesario “preferir el mal causado por una gran guerra al lento envenenamiento por el europeísmo de los países hacia los que nos lleva el genio de nuestra historia”.

La espera impaciente del Juicio Final se expresa con frecuencia en la historiografía de Putin. Para Valeri Korovin, subdirector del Centro de Estudios Conservadores de la Facultad de Sociología de la Universidad de Moscú, el punto culminante de la historia rusa es el siglo XV, cuando “Rusia se convirtió en un imperio ortodoxo, heredero de Bizancio, con la misión de situarse en el camino del Príncipe de las Tinieblas [el Oeste]. Este momento admirable de sacralidad absoluta, de majestad de la ortodoxia y del pueblo ruso […] es el punto de partida de nuestra grandeza rusa, de nuestra edad de oro”. Según el historiador Sergei Perevezentsev, Iván el Terrible ciertamente desató el terror, pero fue un terror particular, no fruto de la locura: zar de derecho divino, “estaba persuadido de que tenía derecho a castigar a los pecadores aquí en la tierra, antes el Juicio Final”. Lejos de tener una mente trastornada, tenía grandiosos planes geopolíticos y realizó la mitad de ellos. “Él creó el modelo de gobierno de Rusia en el que aún vivimos y formuló objetivos que aún son nuestros”. Putin finalmente está reviviendo esta tradición, como sugiere Alexander Prokhanov, uno de los que más ha contribuido a la difusión del discurso apocalíptico en Rusia: “[La anexión de] Crimea confirma la doctrina del milagro ruso, según la cual el mundo ruso puede experimentar una catástrofe, hundirse en un agujero negro y luego resucitar, a pesar de la lógica histórica, en virtud del inexplicable prodigio ruso, ese misterio divino que hace inmortal a Rusia y hace del pueblo ruso un pueblo de vencedores. […] La presión de Occidente sobre Rusia será enorme. Le responderemos con la movilización espiritual de nuestra sociedad, la consolidación del pueblo en torno a su líder Putin. Putin es ahora un estadista sin igual en el mundo, un líder espiritual que exclamó: ‘¡Rusia es el destino!’. Y ahora vemos que el destino de Rusia se une al de su presidente”.

La gran pregunta hoy es si la política arriesgada de Putin es un cálculo racional o si está impulsado por la furia destructiva de dictadores envejecidos que han sido abandonados por la fortuna: Hitler en 1944 sintió que el pueblo alemán había demostrado ser indigno de él y decidió arrastrar el Alemanes abajo con él. Su régimen logró aguantar hasta la llegada de las tropas aliadas.

Hay una serie de elementos que apoyan la primera hipótesis. En la política interna, la psicosis en tiempos de guerra lleva a los rusos a hacer la vista gorda ante la disminución de su nivel de vida. Como en la era soviética, el estribillo es: “mientras no haya guerra”. La gente está dispuesta a apretarse el cinturón y está contenta mientras no haya guerra. Así, la histeria bélica se convierte en un factor de estabilidad para el régimen. Sin embargo, con desventajas considerables: se acelera la fuga de capitales, la economía sufre incertidumbre y se acelera el éxodo de Rusia. Los empresarios e intelectuales votan con los pies. En política exterior los beneficios inmediatos son evidentes. Como dijo Putin el 18 de noviembre de 2021, “debemos mantener a nuestros socios occidentales bajo tensión”. Rusia espera que Occidente respire aliviado si Rusia finalmente se conforma con una nueva parte de Ucrania, en lugar de ocuparla por completo. En este sentido, la guerra de nervios de Putin puede dar sus frutos. Europa será más complaciente tras el susto de las jornadas de enero. Estos cálculos pueden explicar la orgía militarista y chovinista que hemos presenciado durante el último mes, aunque algunas personas en las altas esferas empiezan a entender que todo ese alarde puede volverse contraproducente: "Estas palabras irresponsables que de alguna manera están destinadas al consumo interno están cuidadosamente registrados en el extranjero y tomados a su valor nominal, sinut teniendo en cuenta nuestras tradiciones nacionales de política pública. Nuestros medios son monitoreados [en el extranjero]. Algunos imaginan que nuestros problemas podrían resolverse con la guerra. Pero esto es una ilusión."

Sin embargo, no se puede descartar que el “líder nacional”, acostumbrado a ganar a socios despistados o complacientes, haya decidido apostar todas sus ganancias, probando suerte una vez más, esta vez arriesgando mucho. La edad y quizás la enfermedad están cortando su futuro. ¿Por qué permitir que otros vivan cuando él debe morir? “¿Realmente necesitamos un mundo sin Rusia?” preguntó en 2018. ¿No deberíamos escuchar, "¿Realmente necesitamos un mundo sin Putin?" Porque el presidente ruso sabe que el día de su muerte, todo el mal edificio que ha construido, toda la histeria patriótica artificial que mantiene a un gran costo, se desmoronará, como un vampiro sorprendido por el primer rayo de sol de la mañana.

(1) La Ley Magnitsky (2012) introdujo sanciones financieras y prohibiciones de visas contra funcionarios rusos sospechosos de estar involucrados en la muerte en 2009 del abogado Sergei Magnitsky, un símbolo de la lucha contra la corrupción en Rusia. 


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