8/9/22

Benedicto XVI

La larga enfermedad de Juan Pablo II fomentó, en su momento, entre los vaticanistas, la elaboración de  continuas listas de papables. Resultaba más entretenido elegir a los "no papables": ancianos, italianos, polacos, los cardenales envueltos en escándalos o los simplemente antipáticos. Ratzinger siempre apareció en ellas a mitad de la tabla. Había sido la mano derecha de Juan Pablo II en todas las batallas mayores de su pontificado: la elaboración del primer Catecismo universal en quinientos años; la mejora en las relaciones con luteranos y ortodoxos; las espinosas cuestiones del sacerdocio femenino y el celibato sacerdotal; la disidencia de teólogos y la prevalencia del marxismo por la teología de la liberación (dominante en muchos círculos de América Latina, donde vive la mitad de los católicos del mundo)... En las casi tres décadas que anduvo junto al papa polaco, cuyo espíritu revolucionario alcanzaba hasta los tuétanos, siempre asumió la responsabilidad teológica que Wojtyla necesitaba. 

Pero... Ratzinger tenía por entonces 78 años. Los obispos presentan su renuncia a los 75. Parecían demasiados años para guiar a la Iglesia. Y, como resultado, los cardenales lo eligieron a él: porque representaba la continuidad de Juan Pablo II, quien le había confiado regenerar la Iglesia del escándalo de los abusos sexuales del clero; porque Ratzinger había liderado las reuniones de cardenales previas al cónclave donde, bajo la excusa de estudiar los problemas del mundo y de la Iglesia, se trazaba el retrato robot del Papa más adecuado para los desafíos por llegar, dejando hablar en todas ellas a todo el mundo con ecuanimidad total; porque su perfil de hombre frío y sin sentimientos, que había calado en muchos, se desvaneció en la homilía del funeral de Juan Pablo II; y por su total ausencia de ambición. 

Finalmente Benedicto XVI fue un teólogo, un Papa, un sabio y un hombre bueno. No fue un retrógrado ni un enemigo del libre pensamiento. Tampoco un Papa de transición, pese a que en sus últimos años los pasó escondido –"rezando y trabajando", decía- en un monasterio dentro del Vaticano. Tuvo ocho años de pontificado y, el 11 de febrero de 2013, anunció su renuncia: el primer Papa en renunciar en 598 años de historia. Su discurso apenas duró ocho minutos y fue una lección de humildad para todos. 



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