15/6/23

En la tierra de Mordor

Lo de Pedro Sánchez en los recientes comicios autonómicos y consistoriales, absurdamente convertidos por él mismo en una suerte de plebiscito sobre sí mismo, a tanto llega la paranoia de este individuo, ha devenido en elecciones anticipadas, según el susodicho tras hacer examen de conciencia. Ignoraba que la tuviese, sea lo que fuere que significa tener tal cosa, pero tras dicho análisis forzó un Comité Federal férreamente cerrado alrededor de su figura y comenzó a colocar a los suyos, porque no hemos de olvidar que en esto de la política, por inútil que sea el contendiente, no han de faltar corifeos ni acólitos. El tipejo no ha reparado jamás en premiar la obediencia, en defenestrar a los críticos o fracasados, y en el desprecio a todas, se dice bien, todas, las instituciones del Estado, que están ahí, según esa conciencia profundamente analizada por sí mismo, para su único fin y provecho. Nada de todo lo anterior fue jamás parte de la identidad del partido socialista, pero qué más da: el mundo está preñado de votantes a quienes la dignidad, la honradez y el desinterés importa un comino porque, total, el mundo se divide en un ellos y en un nosotros, y a ese nosotros hay que defender (votar) aunque pongan como cabeza de cartel al gañán más inculto y destructivo que ha pisado nunca la piel de toro (y eso que ya estábamos escarmentados del Mr. Bean).

En realidad, dentro del partido, el indocto que aún nos gobierna (cuán largo se está haciendo) no ha dejado de practicar la misma política de enfrentamiento, banalidad y tensión que ha ejercido desde que se aliase con la flor y nata de nuestras mentes políticas (Bildu, Podemos, lo de Teruel, lo de Canarias, el Pene en Uve, alguno que olvido...) para echar al vago redomado de Pontevedra, experto lector de diarios deportivos y nefasto gestor de su propia ideología. Incluso lo ha fomentado en el seno del Consejo de Ministros, con ese par de incultas faltonas que han desquiciado el feminismo por décadas en aras de un wokismo, movimiento experto en convertir rarezas y minorías en purita tendencia. Lo de menos es aquello que más debería habernos interesado: las dificultades de la pandemia, la crisis surgida del virus, la guerra ucraniana. Como no dispone de absolutamente ninguna cualidad para ejercer de líder, porque tan solo sabe ejercer de tirano, en ninguno de estos envites reforzó su perfil de estadista, aunando fuerzas con la oposición (a la que desprecia) o rodeándose de expertos. El diálogo ha de ser lo que sucede cada mañana cuando se mira en el espejo, pero ignora cómo acabó la reina bruja del cuento (él es la reina bruja, no el espejo). Que de tan extraños atavíos surgiese cuantiosa manipulación y tremebundas mentiras, era lo esperable. Así, el Gobierno (todos sus ministros, de uno u otro partido) ha calificado de fascista a cualquier elemento de la oposición, tanto parlamentaria, como empresarial, como mediática. En el primer ámbito, siempre le han acompañado los buitres carroñeros que, para cualquier paso, le han exigido hasta los calzones que porta. En el segundo, y ya es lamentable, ha contado con la connivencia del Ibex, salvo Inditex, lo cual dice mucho de esos ejecutivos que medran por la vida pública. Y en el tercero, el mediático, nunca antes han crecido los lameculos como con este desperfecto político. Vaya tela. Si resulta que seremos los demás los equivocados...

La pandemia, finalmente, se resolvió con decretazos inconstitucionales, expertos fantasmagóricos (me niego calificar de experto al yerno zaragozano de un ex ministro que salía por la tele), y todo tipo de maniobras de ocultación y falsificación de los hechos. La política exterior ni se ha debatido en el parlamento. No ha tenido el menor asomo de vergüenza (siquiera ajena) en invadir las instituciones y colocar a sus amiguetes (tan inútiles como él) en las empresas públicas. Eso sí, ha mantenido al frente del CIS a un señor que ha ganado, por derecho propio, ser estudiado en las facultades de sociología y estadística por los siglos de los siglos, y no para bien. Y ahora que las ve canutas, ha avanzado el reparto de millones y más millones a cualquier colectivo o grupo social cuyo voto crea que puede arañar. Lo del apoyo al nacionalismo, secesionismo, antilingüismo y demás zoología es simple cuestión de números hemicíclicos (pero no estoy seguro de que no comparta las mismas tesis: tengo la sospecha de que acaba creyendo a pies juntillas cualquier idea que cruce su desolado cerebro, por estúpida o infecta que sea).

Todo esto explica por qué los próximos comicios son contemplados por el sufriente ciudadano como un épico combate entre las fuerzas del bien contra las del mal. Me pregunto dónde está el hobbit que sepulte al ególatra en su propia inanidad.



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