13/4/22

La expulsión del infierno disfrazado de paraíso

En 2018 tuvo lugar la expulsión de Alex Jones de las grandes plataformas de internet. Jones es un personaje controvertido, por decirlo de manera suave. Vive de explotar sin escrúpulos las paranoias de un sector marginal de la derecha. Ha llegado a afirmar que nadie murió en la masacre de la escuela de Sandy Hook de 2012, donde 26 personas resultaron asesinadas, 20 de ellas niños. Entre otras lindezas, dijo que las supuestas víctimas eran, en realidad, niños actores y que podía verse durante los funerales  que la cara de los falsos padres eran de fingimiento. La expulsión de Alex Jones fue rápida, siguiendo un patrón que se ha repetido en numerosas ocasiones desde entonces. Primero fueron las redes sociales y las web que se nutren de contenido creado por los usuarios: sus vídeos quedaron fuera de YouTube, sus podcast de Spotify y Apple y sus perfiles sociales de Facebook, LinkedIn, Pinterest y Twitter. Luego  le dieron de baja algunos servicios no esenciales como las newsletters de Mailchimp. A estos le siguieron las tiendas de aplicaciones para móviles de Apple y Google. El último clavo han sido servicios financieros como Paypal o directamente Visa y Mastercard. No sucede algo ni remotamente parecido con webs o servicios que cuenten con el beneplácito de la izquierda, por ejemplo, BLM o Antifa. En nuestro país, ni los proetarras de Bildu ni los golpistas catalanes han tenido tampoco ningún problema similar.

Con ocasión del asalto al Capitolio, ese execrable circo pergeñado por seguidores de Trump que pretendían revertir la derrota de su líder en las elecciones ante Biden, el patrón se siguió con mucha mayor rapidez. En poco más de 24 horas, el aún presidente de los Estados Unidos era expulsado de Twitter,  de Facebook, de Shopify, de YouTube, de Twich, de Instagram, de Tiktok, de Pinterest y seguramente alguno más. La indignación ante semejante magnicidio digital llevó a muchos usuarios a Parler, una red social alternativa con fuerte presencia de la derecha norteamericana mainstream –incluyendo numerosos periodistas y políticos, incluyendo senadores y representantes–. Esto ocurrió desde el momento en que Twitter empezó a etiquetar como falsos los tuits de Trump, y sólo los de Trump. Ante el mero rumor de que Trump podría abrirse cuenta en Parler, la reacción del oligopolio fue incluso más rápida:

  • Viernes: Google elimina la app de Parler de su Google Play Store y Apple le da 24 horas para censurar sus contenidos.
  • Sábado: Apple cumple su amenaza. Se da el caso de que, al contrario que en Android, donde se pueden instalar aplicaciones sin usar la tienda de Google, en los dispositivos de Apple es obligatorio usar la App Store. Otros proveedores de servicios digitales, como Twilio y Okta, dejan de darle servicio.
  • Domingo: Amazon, propietaria de los servicios en la nube AWS, donde se aloja Parler, le da hasta medianoche para censurar esos contenidos. Esto es equivalente a que Vodafone, Orange o Movistar cortaran el teléfono y el acceso a internet porque no les gusta lo que se escribe o dice.
  • Lunes: Parler desaparece de internet.

Por cierto, en el asalto resultó muerta por la policía una de las participantes, Ashli Babbitt, veterana de la Fuerza Aérea, al recibir un disparo dentro del Capitolio. Primero se dispara, luego se pregunta (como en Vietnam).

Naturalmente, es imposible que sea casualidad que todos los grandes de internet se dieran cuenta al mismo tiempo de que Parler era servicio de los malos, el malísimo. Tampoco es casualidad que todos ellos impusieran tareas imposibles de cumplir en un plazo de tiempo tan eximio que resultaba casi inexistente. La izquierda tomó el asalto al Capitolio como excusa para imponer una dictadura digital en la que sólo quedaba permitido el pensamiento único. Es el capitalismo moralista que nos instruye sobre qué debemos pensar (por nuestro bien), en el que los jefes de las grandes empresas prefieren quedar bien ante sus pares y ante ellos mismos antes que con los accionistas, en el que algunos grandes presionan a países y gobiernos regionales para cambiar las leyes de modo que se ajusten a este pensamiento único.

Algunos que a estas alturas ya sólo pueden ser llamados idiotas o mentirosos dirán que es una respuesta razonable a una situación de polarización y violencia sin precedentes. Pero es mentira. En EEUU llevan cuatro años de polarización extrema y de ataques de la izquierda a la derecha, , el último de ellos con violencia en las calles. Estos ataques son apoyados y en muchos casos financiados por los mismos grandes de internet que se ponen tan tiquismiquis. ¿Se piensan acaso que así van a acabar con Trump, con el trumpismo o, más en general, con la derecha que denominan ultra o extrema? Eso nunca ha pasado ni pasará. Simplemente tendrán a la mitad de la población odiándoles a muerte y deseando alcanzar el poder para destruirlos. Y cuando caigan, que no esperen que los liberales defensores de la libre empresa derramen una sola lágrima. Bastante será que no se coloquen al frente de la turba que blanda las antorchas encendiendas.

Si nos comparamos con la Antigua Roma, donde los condenados eran arrojados a la jaula de los leones (el famoso damnatio ad bestias), expulsar de Twitter al presidente Trump por considerarlo persona non grata es poco grave. Sin embargo, se abrió un dilema no poco complejo en torno a la cancelación de su cuenta en las redes. Puede ser lícito fijar determinados límites a los “enemigos de la democracia” o a aquellos que tienen un discurso que fomenta el odio y la violencia, pero la dificultad reside en que si apoyamos la fórmula “ninguna libertad para los enemigos de la libertad”, o limitamos ciertas libertades, como la de expresión, corremos el peligro de alentar el despotismo en nombre de la libertad.

El sentido común dice que el cierre de la cuenta de Twitter no soluciona el problema de fondo, la polarización identitaria y su salto de las redes a las calles. El nivel de ideologización o el problema de la anosognosia y los ofendiditos no ha hecho más que crecer. Solo la levedad de pensamiento, la argumentación y la vivacidad pueden atenuar el estilo exagerado y violento del debate, ese aire entre grave y quejumbroso que conduce a la vulgarización y a la brutalización del discurso político.

El problema del espíritu gregario de esta época tiene que ver con que no somos capaces de aceptar las opiniones de los que no son como nosotros. Hay multitud de bufones, comentadores o periodistas que solo señalan las irresponsabilidades del bando contrario, y medios que se han convertido en caricaturas de todo lo que representan para sus oponentes. La división del mundo entre buenos y malos es lo que hace que tanto izquierda como derecha se empeñen en pensar según ciertas pautas gregarias a la hora de abordar este o cualquier otro conflicto. La censura o el “derecho de admisión” en las redes es un paso muy contraproducente en este clima tan polarizado.

¿Cuánto pueden las noticias sesgadas o la censura contribuir al aumento de la polarización ideológica? Ningún analista que se considere neutral puede responder a esta pregunta atendiendo solo a la polarización de una parte de la población. La realidad es que en EUU existe el universo de la Fox, con una ideología política unidimensional y una visión de la América profunda que se ha convertido en alucinación, y luego está el universo del New York Times donde cualquier plumífero publica fascinantes viajes para observar in situ la radicalización de los fachas paletos americanos, como quien observa el apareamiento de las aves, todo ello con grandes dosis de paternalismo y grandilocuencia moral. La propensión a esta polarización y al sesgo ideológico es compartida por todos, y este es un defecto ya muy arraigado.

Debería ser causa de preocupación que comentaristas rechacen o nieguen la legitimidad de sus oponentes o hagan caricaturas sin siquiera sentir una pizca de pudor, porque están convencidos de que tienen buenas intenciones mientras tachan a los otros de personas non gratas. Si los consumidores solo reclaman noticias que reafirmen su ideología, entonces los medios de comunicación deberían ser considerados como parte del sector del entretenimiento y perder su función como cuarto poder y su papel crucial en el funcionamiento de la democracia.

Que Trump, y otros, haya sido expulsado de las redes no soluciona el problema de la polarización. En palabras de Valle Inclán, “teosóficamente podría explicárselo a ustedes, si estuvieran ustedes iniciados en la noble Doctrina del Karma”.


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