15/6/08

Petróleo, crisis y combustibles

No solamente el encarecimiento de los combustibles está definiendo una crisis globalizadora (y globalizante) en todos sus términos. El aceleradísimo desarrollo social de ciertos países, hasta hace poco denominados emergentes, y su demanda energética imparable, coloca el precio del crudo hasta cuatro veces por encima de su umbral de rentabilidad. Que esté tan sobrevalorado, es cuestión de meditarse, porque su alto precio implica el encarecimiento de todo el sistema productivo conocido. La reciente huelga del transporte, no es sino una más de las consecuencias a las que conduce la situación actual.

El capital procedente del petróleo ha migrado rápidamente al mundo de las finanzas. Y de allí, al sector inmobiliario. En Estados Unidos, el país con mayor poder adquisitivo, estos mercados han venido generando una burbuja tan artificial como esos 134 dólares por barril que pagamos hoy, o los 169 dólares por barril con que se adquiere en el mercado de futuros. He leído en numerosas ocasiones que el origen de este alza imparable se encuentra en la guerra de Irak, los huracanes o el terrorismo contra refinerías. No parece que todos estos problemas sean sino un empuje coyuntural. El crecimiento en los precios del crudo es una situación sostenida a medio y largo plazo. Esta cotización es puramente especulativa, y lo que estamos viviendo en este convulso presente de inicio de siglo se debe a que la especulación se está extendiendo al largo plazo. De un modo u otro, tiene el petróleo delirios de astronauta. El exceso de dinero que ha generado en décadas anteriores se ha depositado en bancos y, de ahí, especulativamente, en otros sectores, principalmente en inmuebles. Con la actual crisis, ese dinero se ha esfumado, como por arte de magia.Nos han prestado los petrodólares para que paguemos unas hipotecas aceleradísimas que muy pronto, me temo, no vamos a poder pagar. Los clientes de las hipotecas somos las víctimas. No solamente los camioneros. Dicen los economistas que así son las leyes del equilibrio macroeconómico, la ley de la globalización. Pero no me cabe en la cabeza que un producto tan imprescindible como el petróleo cuadruplique su valor sin que todo se desmorone. A ello ha contribuido también que, en las potentes economías occidentales, hemos permanecido al menos un par de décadas sin hacer absolutamente nada por disminuir nuestra dependencia con el petróleo. Y ahora que es tarde, aun sin ser demasiado tarde, acometemos cambios planetarios sin prestar atención a las consecuencias. Como elefantes en una cacharrería. La Unión Europea se ha impuesto, como objetivo, que para el 2010 un 6% de los combustibles en el mercado sean de origen bio. Y un 20% para el 2020. Tremendo error. La UE, como tantos otros, se equivoca. Con buena intención, pero se equivoca. Y basta con atender a los números para darse cuenta. El transporte por carretera en el Reino Unido consume 37,6 millones de toneladas de petróleo cada año. Para este país, la mejor cosecha es la de colza. Una hectárea de tierra cosechada con este cereal proporciona tonelada y media de combustible para el transporte. Para mover todos los vehículos británicos, se necesitan 26 millones de hectáreas. Y en el Reino Unido hay sólo 6 millones de hectáreas de tierra cultivable. ¿De dónde sacamos el resto? Haciendo las mismas cuentas para Europa, nos encontramos que para conseguir ese 6% en 2010 necesitamos destinar 23 millones de hectáreas, de 48 millones disponibles, para producir biodiésel. Producir ese 6% de biocombustible supone emplear para este fin la mitad de las tierras de cultivo. Insostenible. A escala mundial significa que la mayor parte de la superficie cultivable del planeta debe producir alimento para coches. No para seres humanos. Y alcanzar el 20% de combustible bio significa que tendremos que cultivar hasta las planicies de Marte para mover nuestros vehículos.

Y esto nos afecta a todos. Aunque nos lo quieran vender como ecologismo, no es sino un capitalismo salvaje. En Argentina, los pastos en los que se crían las vacas dan beneficios al cabo de varios años. Las plantaciones para biodiésel dan beneficios cada seis meses. La consecuencia es obvia: usar pastos para biocombustibles. No para vacas. El aumento del precio de la carne de vaca se duplicó e incluso triplicó en Argentina en 2007. En México, la compra de maíz para producir biodiésel hizo que, en el primer semestre de 2007, la tortilla de maíz (alimento básico de ese país) triplicase su precio. Pero lo bio suena mucho y bien. Nos cuentan que resuelve lo del CO2, lo del petróleo, y lo del más allá. Y apenas resuelve nada. Es un problema que nos lleva a un desastre en todos los órdenes. Pero qué bien se vende, políticamente, este Apocalipsis.

Publicado en El Plural

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