21/11/21

El patán que sí volvió a su casa solo y borracho

Se han cumplido diez años de las elecciones generales que entronizaron a Mariano Rajoy (20 de Noviembre de 2011) como presidente de un Gobierno que atesoraba una asaz abundante mayoría absoluta. Casi 11 millones de ciudadanos votaron al PP en aquellas elecciones para que el gallego acometiese todas las reformas que fuesen necesarias tras el paso del nefasto Rodríguez Zapatero, ese señor de Valladolid (aunque pacido leonés) que, con el tiempo, tras su paso por la Moncloa, devendría amigo tonto muy útil del dictador venezolano Nicolás Maduro.

La virulencia de la crisis económica que hundió al PSOE de Rodríguez Zapatero tras dejarnos a merced de la mar arbolada mundial desatada por la crisis subprime (o cómo la banca siempre gana aunque pierda y cómo los gobiernos se mimetizan con sus intereses más espurios), permitió aflorar los muchos escollos, males, corrupciones y desgastes que medraban en una España crepuscular y decadente, exhausta de falsa riqueza y ebria de un bienestar que siempre pagaban otros. Sin embargo, lejos de acometer una democratización total de las estructuras estatales, un arreglo profundo del lío territorial y acabar con las estupideces revanchistas del zapaterismo, que reabrían las heridas ya cicatrizadas de la Guerra Civil, el gallego, indolente y mediocre como él solo, dejó pasar la mejor oportunidad que vieron los siglos por la simple razón de que su mente no estaba preparada para acometer una tarea que exigía lecturas algo más substanciosas que el Marca. Rodeado de tecnócratas y abogados del estado, muy listos y capacitados para unas oposiciones exigentes, pero desganados en todo lo ideológico y sin ninguna afición a combatir en las batallas que plantea la izquierda, a don Mariano el Manso le acabó estallando el golpe de Estado separatista y los escándalos de Bárcenas o la Gürtel, ante los que ni tan siquiera reaccionó con algún provecho. En la tarde del 31 de mayo de 2018, tras arengar abúlicamente en el Congreso de los Diputados durante la moción de censura presentada por Pedro Sánchez, el de Pontevedra abandonó el hemiciclo para acabar borracho de whisky en el reservado de un restaurante próximo. Más incompetencia e incuria no podía darse. O sí. Ni siquiera fue capaz de voltear la carta de una dimisión que hubiese impedido que, un año más tarde, pese a haber perdido una cuantiosa colección de votos, su sanchidad acabase gobernando este país de la mano de comunistas de medio pelo, separatistas de todos los colores (incluidos los bilduetarras) y un pene en uve que hace tiempo que carece de ninguna visión allende Pancorbo.

Sánchez, que no ha leído un libro en su vida ni ha escrito tampoco ninguno (porque no cuenta el engendro que le redactó cierta periodista trepadora), porque ni tiene inteligencia ni sabiduría política, de lo que sí dispone es de un enfermizo afán de protagonismo y una morbosa necesidad de poder a toda costa, es decir, sin importar sobre qué bases lo sustenta. Aunque este último punto no es tan claro como lo parece, porque el rechazo a coaligarse con los Ciudadanos de Rivera en la primera oportunidad (y mejor) que se le presentó, y la facilidad con la que abrazó a un coletas y todo el ejército de muertos vivientes que vino detrás (porque se zampan todo lo que está vivo) sí que define una ideología. Y no es la socialista, a menos que por tal entienda lo que pergeñó Largo Caballero. Finalmente Albert Rivera tuvo que cargar con la culpa de no librarnos de la desgracia de individuo que nos ha tocado en (mala) suerte lidiar, y el muñidor de sancheces (720.000 votos menos) se abrazó con el de la coleta (515.000 votos menos), preso del pánico, marcando el desastroso rumbo por el que hoy navega esta España donde han medrado todos los idiotas que, en aras de un izquierdismo que jamás han entendido, acaso por estar mucho más lejos de lo que sus mentes son capaces, han apresado el blasón izquierdoso para no soltarlo. 

Con el doctor Frankenstein llegaron todos los males presentes un 10 de noviembre de 2019, propios del narcisista psicópata que es. Sin asunción del beneficio que otorga la centralidad y una democracia parlamentaria realmente activa, las fuerzas periféricas no solo han impuesto su mordida, también han exigido acabar con la transición del 78. SI España no está balcanizada, poco le falta. Han pasado solamente dos años, pero parecen dos siglos. Nuestro presiliente miente a todos todo el tiempo y firma los cheques de sus socios con la misma facilidad con que justifica cualquier destrozo institucional y devora la democracia con su radicalidad y sectarismo. Este Gobierno así constituido no tiene otra argamasa que el rechazo a la derecha, una derecha insignificante (la de la gaviota) salvo en Madrid, a quien no dudan en unir a los más conservadores (Vox). Sabedores de su endeblez numérica, y conscientes de que enfrente tienen a un palentino que es el más tonto y torpe que encontraron en la calle Génova, se pasan el día gritando proclamas para lograr cuanta más agitación social, mejor, y buscando el enfrentamiento entre bloques, cuando los bloques son el de los que se benefician del expolio en que se ha convertido la democracia española (centrifuguistas e izquierdosos inmovilistas) y seguramente todos los demás, aunque esos demás provengan de sus propias filas. Toda la batería de leyes que elevan al Parlamento benefician siempre a la izquierda radical: Educación, Ley Trans, Memoria Democrática, Seguridad Ciudadana… 

Qué sucederá en los dos años que restan de legislatura, nadie lo sabe. Pero si el tipejo que nos gobierna sigue fiando su suerte a los mismos socios y el hambre de estos no mengua (por qué iba a menguar), la debacle política, social y económica está asegurada. Y todo ocurrirá sin oposición, porque los de la gaviota no se ocupan de Sánchez (incluso votaron a su favor -aunque se absutvieran- para permitirle gestionar una pandemia que el Tribunal Constitucional ha rechazado varias veces sin que unos y otros hayan dimitido o cuando menos alzado el mea culpa) sino de una Ayusa que sí ha identificado con claridad lo que pide la calle, muy al contrario que los teodoritos y pabletes que viven su momento político queriendo ver pasar el cadáver político del psicópata que duerme en La Moncloa y disparan a todo lo que en su entorno tenga éxito.  

Instituciones devaluadas. Clases medias depauperadas. Una crisis galopante en ciernes... Y aquí, soportando el restrojo seco y hediondo que nos dejó un inútil que, aquella tarde, regresó borracho a su casa. Y solo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los conspiradores del 11M

A mucha, muchísima gente, hablar del 11-M produce pereza, indolencia, una pizca de hartazgo, y no poca irritación. Salvo para quienes están ...