21/11/21

El Titanic del PP

Isabel, quien navegaba a la deriva emparedada entre ciudadanos y voxeros, acabó conectando con el liberal-madrileñismo de la capital al mismo tiempo que se alejaba de la autorictas gaviotera. Conectó sobre todo durante, o más precisamente a causa de, la pandemia, y lo hizo pertrechada con las armas que la Constitución y las leyes estatutarias entregó a los presidente autonómicos despojándoselas al Gobierno. Porque resulta que no fue la oposición, sino el coronavirus quien desnudó al emperador que se creía más guapo y alto que nadie convirtiéndolo en un majadero con menos cerebro que una cascarón de escarabajo. 

Pero, válgame los cielos, el sendero trazado por la maquinaria estatal fue seguida fielmente por todos los lehendakaris que medran en la piel de toro y no solo en Euskadi, incluidos los del partido gaviotero, salvo por Isabel, quien había confinado la parte de la Comunidad de Madrid que ella podía confinar varios días antes de que se diera cuenta su sanchidad de lo que estaba ocurriendo. Isabel se alió con ese Madrid (sabido es que capital y comunidad son para sus gentes lo mismo) que sufrió como ninguno, que se recuperó como ninguno y que deseaba resucitar como ninguno. Pura calle. 

Los naranjitos, o más específicamente un naranjito que nunca supo ser otra cosa que uno que pasaba por allí, quiso revivir el episodio murciano (que tan mal luego les saldría a los suyos y a su sanchidad) e Isabel, en contra del dictamen de los portentos en mindundeces de la calle Génova, convoca elecciones y arrasa. Los madrileños la votan en masa, lo mismo por méritos propios que por hartazgo de su sanchidad, el mentiroso más mediocre y peligroso que jamás haya pisado la Cámara Alta. E Isabel solicita (sinónimo de exigir) que se haga en el partido lo que los ciudadanos han proclamado en las urnas. A la postre, no hay nada más democrático que un despacho. Reclamar el mismo liderazgo regional que todos los demás presidentes autonómicos gavioteros ya ostentan suena a carne chamuscada en las pituitarias de esos genios efébicos que creen gobernar su partido y se ven llamados a encaramarse hasta lo más alto del palacio monclovita. 

Tocase o no, qué más da. Bastaba con haber dicho que por supuesto. Pero entonces un teodorico pergeña un iceberg haciendo uso de ese engendro político llamado primarias colocando al alcalde de la capital (un segundón acomplejado que aún no ha advertido que lo es y al que los teodoricos colocaron en la portavocía por quíteme usted una cayetana) como competidor de Isabel. 

Se ha cubierto de gloria el murciano: si Isabel gana, el palentino mansurrón verá fracasada su reputación, y si Isabel pierde, Madrid no le votará jamás. Lo dicho: el teodorico es un genio en provocar hundimientos.



Post scriptum: el palentino afirma que "(su partido) es una gran orquesta en la que no caben los solistas ni el personalismo, afinada, armónica donde prima una partitura fuerte y no la suma de planes individualistas", seguramente aludiendo a una ayuso y a una cayetana. Precisamente el cometido de un buen director de orquesta es la de integrar a los solistas en la orquesta. Las referencias musicales del palentino están a la altura de la periodista que pretendía soltar lastre por la borda del avión (sic). Lo dicho. Este chico no puede ser más mindundi.

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