3/12/21

La UE sigue con su juego destructor

Primero alertó la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura): "La agricultura y la ganadería son las causas del 90 por ciento del desmonte global". El avance del agro industrial en África, Asia y Sudamérica lleva convertidos, desde 1990, cerca de 420 millones de hectáreas de bosque en tierras de cultivo. Por ahí enlaza la Unión Europea, en una de sus últimas propuesta regulatorias: "La deforestación y la degradación de los bosques se están produciendo a un ritmo alarmante, lo que agrava el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. El principal impulsor de la deforestación y la degradación forestal es la expansión de la tierra agrícola para producir productos básicos".

De repente, la Unión Europea ha decidido que se ha alcanzado en el planeta el punto máximo de intervención en la naturaleza. En realidad, lo viene decidiendo desde hace décadas, pero se encuentra siempre con la numantina resistencia de todos los demás, porque lo que la UE pretende no alcanza solamente a los contornos de Europa. No sé cuántos años quedan para la llegada de la Parusía, pero la UE cifra el advenimiento del Armagedón definitivo en doce, de manera que ya pueden los cristianos darse prisa no sea que su Salvador, cuando vuelva, se encuentre todo anegado por las aguas (o reconvertido en Dune, que todo es posible: depende de cómo se levanten los prebostes ese día).

El problema no estriba en disponer de elevados objetivos ambientales, sino en el modo de imponerlos al resto. Todo el asunto de las agendas y pactos no dejan de ser azotes para las economías del Tercer Mundo: obstáculos al desarrollo, normativas destructivas, proteccionismo y también sanciones.

En la reciente COP26, la Comisión Europea adoptó una resolución para dejar de consumir productos primarios si no se puede probar que proceden de zonas no deforestadas. Estos productos son: soja, carne vacuna, aceite de palma, cacao,  café o madera; y derivados como chocolate, cacao en polvo, cuero, contrachapado, palés, barriles y marcos de madera para pinturas, espejos y fotografías. Eso sí, las futuras derivaciones son impredecibles. Para ello pondrán en marcha un sistema de evaluación a los países de origen, es decir, a las empresas comercializadoras y productoras. 

No deja de ser paradójico que Europa, que en todos sus siglos de historia jamás se anduvo con miramientos para desarrollarse industrial y socialmente como le dio la gana, exija ahora al resto de la humanidad que renuncie a los mismos desarrollos industrial y tecnológico que la hicieron próspera. En puridad, Europa está exigiendo a países con niveles de pobreza calamitosos y grandes cantidades de población paupérrima que se abstengan de emitir el dióxido de carbono que la vieja Europa se cansó de emitir cuando le fue preciso. 

La iniciativa presentada por Bruselas es parte del Pacto Verde Europeo con el que la UE pretende alcanzar la reducción de emisiones en un 55% para 2030 respecto de 1990 y la neutralidad climática en 2050. Obviamente, cualquier pacto sin la anuencia de China, Rusia, India o EEUU deja de ser una solemne bobada, y ninguno de estos países está interesado en dañar sus intereses. Por eso Europa se centra en someter a los países que sí están desgobernados por inútiles e impotentes: los grandes jugadores de la geopolítica juegan la partida real. Total, ninguna de las regulaciones que surjan van a producir cambio alguno en el clima (no lo han producido hasta ahora y no va a cambiar nada). 

No deja de ser irónico que quienes se muestran incapaces de poder pagar la calefacción este invierno sean los que quieren controlar el clima del mundo. 


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