29/11/21

El pusilánime indolente

Mariano Rajoy anda estos días reivindicando su presidencia y legado. Cómo no, ha escrito un libro, que lleva por título "Política para adultos", que ni he leído ni lo pretendo hacer: me basta con las explicaciones en las entrevistas que concede para conocer lo que piensa.

Rajoy pasa por alto, o lo razona de manera muy frágil, la pelea entre Bárcenas y Cospedal en la que estalló la doble contabilidad del PP, que apareció con todo esplendor en el caso Gürtel. Cuando se publicó que Bárcenas ocultaba 50 millones de euros en una cuenta en Suiza, Rajoy se escondió. La sentencia condenatoria de Gürtel sirvió para a una dispar oposición en una la moción de censura durante la que se fue a tomar copas y no dimitió, entregando al peligroso Sánchez todo el poder. La conclusión es que jamás supo imponer orden en su casa y deja abierta la sospecha de que lo conocía todo y lo admitía.

Rajoy, por miedo o indolencia personal, jamás lideró la más grave decisión que hubo de adoptar: la declaración de independencia catalana. Justifica que no aplicara el artículo 155 en Cataluña el 7 de septiembre de 2017, tras la aprobación de la ley de desconexión catalana de España, arguyendo que se impuso como límite la declaración de independencia. Que la Constitución hubiera sido violada aquel día y que el presidente del Gobierno no actuase de manera contundente e inmediata, descalifica al personaje. Olvida que se celebró el referéndum del 1-O, el mismo que prometió que jamás se celebraría y que, por tal motivo, el Rey Felipe VI hubo de aparecer en televisión el 3 de octubre exigiendo a Rajoy la restitución del orden constitucional, algo inédito en nuestra democracia que dibuja con claridad la pusilanimidad y falta de visión del personaje.

El de Pontevedra adelantó las elecciones catalanas a diciembre, dos meses después del golpe, sin investigar lo ocurrido ni su financiación, entregando el poder de Cataluña a los golpistas. 

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