27/11/21

Partidos contra la sociedad

En la actualidad los partidos no resuelven los problemas de las personas, sino que se dedican a crear o provocar otros nuevos. No es algo propio de la democracia española, pero me temo que la nuestra es representativa de esta calamidad que se ha cernido sobre las cabezas de las personas. 

Un poco de historia patria puede contribuir a centrar la cuestión. La Ley para la Reforma Política de 1976 instauró la participación ciudadana a través de partidos políticos. Muy pronto se dieron de alta hasta 103 partidos políticos. No todos se presentaron a las elecciones. Pero aquellos tiempos debieron ser vertiginosos par quien asistiera a ellos desde la adultez personal: el 9 de abril se legalizó el PCE y Santiago Carrillo acepta la monarquía y la bandera rojigualda (14 de abril); don Juan de Borbón renuncia a sus derechos dinásticos en favor de su hijo Juan Carlos (14 de mayo); se convocan y celebran las primeras elecciones generales en democracia (15 de junio); se aprueba la Ley de Amnistía (14 de octubre) y Josep Tarradellas regresa a Cataluña (23 de octubre: "Ja sóc aquí!"); se firman los Pactos de La Moncloa (25 de octubre). Suma y sigue. Franco, no lo olvidemos, estaba recién enterrado.

Aquellos partidos estaban liderados y sustentados por lo mejor de cada ideología y generación. Los de ahora contienen lo peor de cada promoción y el extracto más analfabeto de cada año escolar. Ni a un lado ni al otro del espectro ideológico. Los partidos, que deberían defender los valores que garantizan la democracia, prefieren emplear su tiempo en batallar mediáticamente, dedicarse a una creatividad política espuria, y arrinconar a quienes ofrecen arrojo, coherencia y valor. Los líderes son de hojalata y se pertrechan de correveidiles para impedir su oxidación súbita. Incluso se irresponsabilizan de las tareas encomendadas por una Constitución que ni entienden ni han leído. Tal vez por eso mismo ha llegado el momento en que los ministros sean quienes ondeen pancartas contra el Gobierno (es decir, contra ellos mismos). 

Una reciente entrevista a Pablo Casado en RAC1 (durante la pasada campaña electoral en Cataluña) da buena cuenta de en qué consiste la política moderna. Directamente abogaba por ignorar lo que allí sucedía y abrazar buena parte de las vindicaciones secesionistas, acaso por intentar rebañar votos entre los catalanes que, sin ser independentistas, aman su tierra. La conclusión es inmediata: pasó de ser el segundo partido no independentista en el parlamento catalán a ser el último. Los votos emigraron a Vox, de quien el palentino reniega y trata como a un hospital de leprosos. 

La plataforma "S’ha acabat", con apenas tres años de vida, integra a jóvenes universitarios hartos del supremacismo secesionista que se niegan a marcharse de su tierra, que suele ser una de las más constantes causas de crecimiento del separatismo: el abandono e incomparecencia del constitucionalismo. Resulta difícil por qué desde las filas de un partido no se puede atender este tipo de emergencias reales de la sociedad. Y si atendemos a lo que ha sucedido (y está sucediendo) con UP, concluiremos que la sociedad civil deja de interesarse por las cuestiones civiles en cuanto se convierten en partidos políticos. 

Nuestro inefable y paranoico presidente insiste en que sumar y buscar puntos de encuentro es decisivo para hacer mejores políticas. Sumar una decena larga de partidos a los presupuestos, lejos de significar una demostración de objetividad por los problemas ciudadanos, simboliza los descuentos políticos del tipo Black Friday. Y, mientras tanto, la derecha se deja tachar de "golpista y franquista" (palabras de Odón Elorza, sin ir más lejos). Los tres partidos que atesoran a los votantes contrarios a este régimen comunista con ribetes de masoquismo social siguen burlándose de quienes los han apoyado porque, en lugar de buscar modos de frenar a la izquierda radical y al separatismo, siquiera de manera dialéctica, se dedican a brindarle al narcisista de la Moncloa la perpetuidad.


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