15/3/22

Cuatro discursos para una misma guerra

SLAVOJ ŽIŽEK


Tras el ataque ruso a Ucrania, el gobierno esloveno proclamó de inmediato que estaba dispuesto a recibir a miles de refugiados ucranianos. Como ciudadano de Eslovenia, sentí orgullo, pero también vergüenza.

Cuando hace seis meses Afganistán cayó ante los talibanes, este mismo gobierno se negó a aceptar refugiados afganos, con el argumento de que debían quedarse en su país y luchar. Y hace un par de meses, cuando miles de refugiados (en su mayoría kurdos iraquíes) trataron de entrar a Polonia desde Bielorrusia, el gobierno esloveno aseguró que Europa estaba siendo atacada y ofreció ayuda militar para colaborar con el vil intento de Polonia de rechazarlos.

En la región han aparecido dos clases de refugiados. Un tuit del gobierno esloveno publicado el 25 de febrero puso en claro la distinción: «Los refugiados de Ucrania proceden de un entorno que en sentido cultural, religioso e histórico es algo totalmente diferente del entorno del que proceden los refugiados de Afganistán». Tras el escándalo que siguió el gobierno se apresuró a borrar el tuit, pero la verdad obscena ya estaba a la vista de todos: Europa debe defenderse de lo no europeo.

Esta idea será catastrófica para Europa en la competencia mundial que se está librando por la influencia geopolítica. Nuestros medios y élites la presentan como un conflicto entre una esfera «liberal» occidental y una esfera «eurasiática» rusa, pasando por alto el conjunto mucho más grande de países (en América Latina, Medio Oriente, África y el sudeste de Asia) que están mirándonos con mucha atención.

Ni siquiera China está dispuesta a dar apoyo total a Rusia, pero tiene planes propios. En un mensaje al líder norcoreano Kim Jong‑un, un día después del inicio de la invasión rusa a Ucrania, el presidente chino Xi Jinping dijo que China está lista para colaborar en el desarrollo de una relación de amistad y cooperación con la RPDC «conforme a una nueva situación». Hay temor a que China use la «nueva situación» para «liberar» a Taiwán.

Lo que debería preocuparnos ahora es que la radicalización que vemos (más evidente en el caso del presidente ruso Vladímir Putin) no es sólo retórica. Muchos integrantes de la izquierda liberal, convencidos de que ambos lados sabían que no podían permitirse una guerra total, pensaron que cuando Putin acumulaba tropas en la frontera con Ucrania se estaba echando un farol. Incluso cuando describió al gobierno del presidente ucraniano Volodímir Zelenski como una «banda de drogadictos y neonazis», la mayoría esperó que Rusia sólo ocuparía las dos «repúblicas populares» escindidas, controladas por separatistas rusos con respaldo del Kremlin, o a lo sumo que extendería la ocupación a toda la región del Donbás en Ucrania oriental.

Y ahora algunos que se dicen izquierdistas (yo no los llamaría así) culpan a Occidente por el hecho de que el presidente estadounidense Joe Biden haya tenido razón respecto de las intenciones de Putin. El argumento es bien sabido: que la OTAN fue rodeando lentamente a Rusia, fomentó revoluciones de colores en su vecindario e ignoró los temores razonables de un país que durante el último siglo recibió ataques desde Occidente.

Por supuesto que aquí hay un elemento de verdad. Pero decir solamente eso es equivalente a justificar a Hitler echándole la culpa al injusto Tratado de Versalles. Peor aún, implica otorgar que las grandes potencias tienen derecho a esferas de influencia, a las que todos deben someterse por el bien de la estabilidad global. El supuesto de Putin de que las relaciones internacionales son una competencia entre grandes potencias se ve reflejado en su repetida afirmación de que no tuvo más alternativa que intervenir por la fuerza militar en Ucrania.

¿Es verdad eso? ¿Se trata en realidad de un problema de fascismo ucraniano? Esa pregunta hay que dirigirla a la Rusia de Putin. El autor de cabecera de Putin es Iván Ilyín, cuyas obras se están reimprimiendo y se distribuyen entre apparatchiks estatales y conscriptos. Tras su expulsión de la Unión Soviética a principios de los años veinte, Ilyín propugnó una versión rusa del fascismo, donde el Estado es una comunidad orgánica guiada por un monarca paternal y la libertad consiste en conocer el lugar que a cada cual le corresponde. Para Ilyín (y para Putin), se vota para expresar apoyo colectivo al líder, no para legitimarlo ni elegirlo.

Aleksandr Dugin, el filósofo de la corte de Putin, sigue muy de cerca los pasos de Ilyín, añadiéndole un complemento posmoderno de relativismo historicista:

«(…) las así llamadas verdades son cuestión de creencia. Creemos en lo que hacemos, creemos en lo que decimos. Y ese es el único modo de definir la verdad. Nosotros tenemos nuestra verdad especial rusa, y ustedes tienen que aceptarla. Si Estados Unidos no quiere iniciar una guerra, tienen que reconocer que Estados Unidos ya no es más el único amo. Y [con] la situación en Siria y Ucrania, Rusia está diciendo “ustedes ya no son el que manda”. Es la cuestión de quién domina el mundo. En realidad, sólo la puede decidir una guerra».

Pero, ¿qué hay de la gente en Siria y Ucrania? ¿Pueden también decidir su propia verdad o son sólo un campo de batalla para aspirantes a dueños del mundo?

La idea de que cada «modo de vida» tiene una verdad propia es lo que vuelve a Putin atractivo para populistas de derecha como el expresidente de los Estados Unidos Donald Trump, que dijo que la invasión rusa de Ucrania era obra de un «genio». Y el sentimiento es mutuo: Putin habla de «desnazificar» Ucrania, pero no hay que olvidar que apoya a la Agrupación Nacional de Marine le Pen en Francia, a la Liga de Matteo Salvini en Italia y a otros movimientos neofascistas reales.

La «verdad rusa» es sólo un mito conveniente para justificar la visión imperial de Putin, y el mejor modo que tiene Europa para contrarrestarla es tender puentes con los países en desarrollo y emergentes, muchos de los cuales tienen una larga lista de quejas justificadas contra la colonización y la explotación por parte de Occidente. No basta «defender a Europa». La verdadera tarea es persuadir a otros países de que Occidente puede ofrecerles mejores opciones que Rusia o China. Y el único modo de lograrlo es cambiarnos a nosotros mismos, mediante una erradicación implacable del neocolonialismo, incluso cuando se presenta en la forma de ayuda humanitaria.

¿Estamos listos para demostrar que al defender a Europa luchamos por la libertad en todas partes? Nuestra vergonzosa negativa a dar trato igualitario a todos los refugiados envía al mundo un mensaje muy diferente.

TIMOTHY GARTON ASH


¿Por qué siempre cometemos el mismo error? "¡Oh, eso solo es problema en los Balcanes!", dijimos, y luego un asesinato en Sarajevo desencadenó la Primera Guerra Mundial. "¡Oh, la amenaza de Adolf Hitler a Checoslovaquia es una disputa en un país lejano, entre personas de las que no sabemos nada!", y luego nos encontramos en la Segunda Guerra Mundial. "¡Oh, la toma de Polonia por Joseph Stalin (después de 1945) no es asunto nuestro!", y tuvimos la guerra fría. Ahora lo hemos hecho de nuevo, sin despertar, hasta que fue demasiado tarde, ante la toma de Crimea por Vladimir Putin en 2014. Y así, el jueves 24 de febrero de 2022, estamos aquí de nuevo, vestidos nada más que con los pedazos de las ilusiones perdidas.

En tales momentos necesitamos coraje y resolución, pero también sabiduría. Eso incluye el cuidado en el uso de las palabras. Esta no es la tercera guerra mundial. Sin embargo, ya es algo mucho más grave que las invasiones soviéticas de Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968. Las cinco guerras en la ex Yugoslavia en la década de 1990 fueron terribles, pero los mayores peligros internacionales que se derivaron de ellas no fueron de esta escala. Hubo valientes combatientes de la resistencia en Budapest en 1956, pero en Ucrania hoy tenemos todo un estado independiente y soberano con un gran ejército y un pueblo que se declara decidido a resistir. Si no se resisten, será una ocupación. Si lo hacen, esta podría ser la guerra más grande en Europa desde 1945.

Contra ellos se despliega la fuerza abrumadora de una de las potencias militares más fuertes del mundo, con fuerzas convencionales bien entrenadas y equipadas y unas 6.000 armas nucleares. Rusia es ahora el estado canalla más grande del mundo. Está comandado por un presidente que, a juzgar por sus diatribas histéricas de esta semana, ha abandonado el reino del cálculo racional, como tienden a hacer los dictadores aislados, tarde o temprano. Para ser claros: cuando, en su declaración de guerra el jueves por la mañana, amenazó a cualquiera "que intente interponerse en nuestro camino con consecuencias que nunca han sido vistas en la historia", estaba amenazando con una guerra nuclear.

Habrá un momento para reflexionar sobre nuestros errores pasados. Si, a partir de 2014, nos hubiéramos tomado en serio la idea de ayudar a desarrollar la capacidad de Ucrania para defenderse, hubiésemos reducido la dependencia energética europea de Rusia, hubiésemos purgado el sucio dinero ruso que circulaba por Londres y hubiésemos impuesto más sanciones al régimen de Putin, podríamos estar en un lugar mejor. Pero tenemos que empezar desde cero.

En la niebla inicial de una guerra que apenas comienza, veo cuatro cosas que Europa y el resto de Occidente necesitan hacer. 

En primer lugar, tenemos que asegurar la defensa de cada centímetro del territorio de la OTAN, especialmente en sus fronteras orientales con Rusia, Bielorrusia y Ucrania, contra todas las formas posibles de ataque, incluidas las cibernéticas e híbridas. Durante 70 años, la seguridad de los países de Europa occidental, incluida Gran Bretaña, ha dependido en última instancia de la credibilidad de la promesa de "uno para todos y todos para uno" del artículo 5 del tratado de la OTAN. Nos guste o no, la seguridad a largo plazo de Londres está inextricablemente entrelazada con la de la ciudad estonia de Narva; la de Berlín con Białystok en Polonia; la de Roma con la de Cluj-Napoca en Rumanía.

En segundo lugar, tenemos que ofrecer todo el apoyo que podamos a los ucranianos, sin romper el umbral que llevaría a Occidente a una guerra directa con Rusia. Aquellos ucranianos que decidan quedarse y resistir lucharán por medios militares y civiles para defender la libertad de su país, como tienen todos los derechos posibles en la ley y la conciencia para hacerlo, y como lo haríamos nosotros para nuestros propios países. Inevitablemente, el alcance limitado de nuestra respuesta conducirá a una amarga decepción entre ellos. Los correos electrónicos de amigos ucranianos hablan, por ejemplo, de que Occidente impone una zona de exclusión aérea, negando el espacio aéreo ucraniano a los aviones rusos. La OTAN no va a hacer eso. Al igual que los checos en 1938, como los polacos en 1945, como los húngaros en 1956, los ucranianos dirán: "Ustedes, nuestros compatriotas europeos, nos han abandonado". Pero todavía hay cosas que podemos hacer. Podemos seguir suministrando armas, comunicaciones y otros equipos a quienes se resisten legítimamente a la fuerza armada con la fuerza armada. Igual de importante a medio plazo, podemos ayudar a aquellos que utilizarán las técnicas bien probadas de resistencia civil contra una ocupación rusa y cualquier intento de imponer un gobierno títere. También debemos estar dispuestos a ayudar a los muchos ucranianos que huirán hacia el oeste.

En tercer lugar, las sanciones que imponemos a Rusia deben ir más allá de lo ya preparado. Además de las medidas económicas, debería haber expulsiones de rusos relacionados de la manera que sea con el régimen de Putin. Putin, con su cofre de guerra de más de 600.000 millones de dólares, y su mano en el grifo del gas a Europa, se ha preparado para esto, por lo que las sanciones tardarán en tener pleno efecto. Al final, tendrán que ser los propios rusos los que se den la vuelta y digan: "Basta. No en nuestro nombre". Muchos de ellos, incluido el premio Nobel Dmitry Muratov, ya expresan su horror ante esta guerra. Del mismo modo, la periodista ucraniana Nataliya Gumanyuk ha escrito conmovedoramente sobre una periodista rusa llorando por teléfono con ella mientras los tanques rusos se movían. Ese horror solo aumentará cuando los cadáveres de los jóvenes rusos regresen en bolsas y a medida que el impacto económico y reputacional completo se haga evidente en su país, Rusia. Los rusos serán las primeras y últimas víctimas de Vladimir Putin.

Esto me lleva a un punto final y vital: debemos estar preparados para una larga lucha. Tomará años, probablemente décadas, para que se desarrollen todas las consecuencias del 24 de febrero. A corto plazo, las perspectivas para Ucrania son desesperadamente sombrías. Pero pienso en este momento en el maravilloso título de un libro sobre la revolución húngara de 1956: Victoria de una derrota. Casi todos en Occidente se han dado cuenta del hecho de que Ucrania es un país europeo que está siendo atacado y desmembrado por un dictador. Kiev es hoy una ciudad llena de periodistas de todo el mundo. Esta experiencia dará forma a sus puntos de vista sobre Ucrania para siempre. Habíamos olvidado, en los años de nuestras ilusiones posteriores a la guerra fría, que así es como las naciones se escriben a sí mismas en el mapa mental de Europa: con sangre, sudor y lágrimas.

SANTIAGO ALBA RICO


1. Cuando Margarita Robles justifica contra Unidas Podemos y con regañona unción moral el envío de armas ("no podemos abandonar a los ucranianos"), uno se pregunta por qué se puede abandonar, en cambio, a los palestinos o a los saharauis o a los sirios o a los yemeníes. No sé si se debe o no enviar armas a Ucrania, pero sé que ese argumento moral en boca de una ministra socialista española es el único que no solo no sirve sino que se descalifica a sí mismo desde el punto de vista de la moral.

2. Hay varios argumentos para rechazar el envío de armas. Uno es jurídico-militar. Ni la UE ni la OTAN ni EEUU (recordaba un militar italiano) están en guerra con Rusia ni pueden querer una guerra con Rusia; y el envío de armas Putin lo interpretaría como una declaración de guerra. Hay que evitar por todos los medios, desde luego, una confrontación armada entre la OTAN y Rusia, pero el argumento no me parece muy sólido. Porque ocurre que Putin ya ha interpretado las sanciones como una declaración de guerra. Y considera asimismo una declaración de guerra, justificación de todas sus acciones, la política otanista previa a la invasión. Por ese camino se llega infaliblemente a la conclusión de que es mejor no hacer nada, pues cualquier cosa que se haga se va a interpretar desde Rusia, y con razón, como un gesto hostil. Ahora bien, no hacer nada significa entregar Ucrania y los ucranianos a Putin; o, aún peor, significa entregar Europa a Putin y, en un mundo en crisis, multipolar, sin ideologías ni alternativas económicas, significa además legitimar el redespertar de todos los agravios históricos y alentar todos los aventurerismos nacionalistas. Significa, en definitiva, renunciar al frágil entramado internacional forjado tras la II Guerra Mundial.

3. Otro argumento en contra, más convincente, es el del pragmatismo-pacifista, que sostiene que mandar armas a Ucrania prolongaría la guerra y, en consecuencia, la muerte y la destrucción. Es muy razonable, pero si se trata de acortar la guerra por la vía de la indefensión de la víctima, ¿no deberíamos ser coherentes y pedir a los ucranianos la rendición inmediata? Y si, pese a todo, los ucranianos deciden resistir contra nuestra opinión y con pocas u otras armas, ¿no serán responsables entonces de sus propias muertes y de las de sus familias? ¿De la destrucción de sus casas y hospitales? Si esta es la conclusión, podríamos sospechar que el razonamiento tampoco es del todo bueno. ¿Qué hacer entonces? Habrá que cuestionar tal vez el envío de armas, pero no so pretexto de que los ucranianos ¡van a usarlas! No se puede evitar, a mi juicio, la prolongación de una guerra que la propia población agredida quiere prolongar lo más posible, por cabezonería patriótica o/y como medio para alcanzar una negociación en mejores condiciones. Si tengo muchas dudas sobre la conveniencia de esta medida no se debe, pues, solo a las muertes, siempre trágicas, que se pueden provocar con ellas, pero que ocurrirán también sin ellas; no se trata, si se quiere, de una cuestión de principios, pues el de la legitima defensa y el del pacifismo activo se equilibran en muchos de nosotros (que podemos permitírnoslo en la distancia) en un balanceo angustioso. Lo que me preocupa es la escalada armamentística y el horizonte del enfrentamiento nuclear, que obliga a medir todas las posibles respuestas de Putin, de las que, por lo demás, no sabemos nada. ¿Hay alguna forma de proteger la independencia de Ucrania, rechazar la invasión e impedir un holocausto nuclear? Ese es el verdadero dilema, no el de si las armas convencionales, en manos de los ucranianos, van a servir para matar o no. ¿Van a servir para contener a Rusia, para forzar una negociación que asegure una paz duradera y relativamente justa, para evitar la indefensión de los ucranianos frente a las armas rusas? No lo sabemos. Los que responden negativamente aluden a la racionalidad de Putin, que (dicen) no puede tener interés en suicidarse con matanzas sin cuento y a través de una ocupación estable de Ucrania; y sugieren que negociaría antes si obtuviese antes la victoria. Por desgracia, nadie previó la invasión y, por el mismo motivo, es inútil proyectar nuestra racionalidad en la política imperial rusa; ni estar seguros de lo que pedirá un Putin victorioso en una mesa de negociación. Los que responden afirmativamente son incapaces, por su parte, de garantizar la eficacia de las armas ni de evitar los concomitantes peligros en cadena, entre ellos, no el mayor, el de que las armas acaben en manos del batallón Azov.

4. La discusión sobre si deben o no enviarse armas es, en todo caso, legítima. No se pueden desdeñar como inútiles las advertencias pacifistas ni, frente a ellas, como "belicistas" o irresponsables, las posiciones que, desde la izquierda, sostienen, por ejemplo, Étienne Balibar o Gilbert Achcar. La discusión misma dice mucho, en todo caso, sobre la guerra y sobre la izquierda. Nos dice, en efecto, que en una guerra sólo se puede elegir entre dos opciones malas, ninguna de las cuales es seguro que no agrave las cosas en lugar de aliviarlas. Pero dice mucho también acerca de una izquierda, socialmente muy débil, que se ha visto desbordada, con un pie en el pasado, por un acontecimiento que no encaja en su visión del mundo. Ni los que están a favor ni los que están en contra de las armas van a determinar el curso de la guerra y la negociación. La discusión cumple más bien una función interna, a veces incluso intrapartidista, en la que (sospecho) la bien fundada desconfianza hacia la UE y la OTAN fija muchas de las posiciones. Si la UE negase a Ucrania las armas que pide, ¿no habría más gente de izquierdas pidiendo armar a los ucranianos? Nuestras posiciones siempre se han clarificado por oposición a fuerzas reaccionarias o liberales que, en este caso, comparten con nosotros el rechazo a la invasión rusa. Esta discusión es el resultado también del hecho de que "nuestros malos" de toda la vida no nos lo están poniendo fácil.

5. Así que este desconcierto se traduce en un extraño reparto de papeles: la hipócrita UE denuncia la barbarie de la invasión rusa mientras que una parte de la izquierda dedica todas sus fuerzas a denunciar la responsabilidad de la OTAN. En mi mundo ideal sería exactamente al revés: la UE cuestionaría su dependencia de la OTAN y la izquierda denunciaría sin parar y sin ambages el imperialismo ruso.

6. Así que, lógicamente desconcertados, nos refugiamos en un vago pacifismo o, a medida que pasan los días, en una ambigua suspensión del juicio en la que se va difuminando la gravedad de la invasión rusa. De la manera más paradójica cobra vida de nuevo la "teoría de los dos demonios", ahora en la visión de una izquierda que sostiene, por ejemplo, que los ucranianos han quedado infelizmente atrapados entre los intereses de Putin y los de Biden. Es una visión bienintencionada pero radicalmente falsa. No se trata de renunciar a comprender cómo hemos llegado hasta aquí o a denunciar las políticas atlantistas y estadounidenses; mucho menos de reivindicar a Biden o de negar el uso torticero que está haciendo de la crisis en favor de sus propias batallas geopolíticas. Pero su participación en la guerra de Ucrania no es equivalente a la de Putin. Churchill, por ejemplo, fue un imperialista que bombardeó a los kurdos y negó a los palestinos el derecho sobre su propia tierra alegando que "tanto derecho tienen los palestinos sobre Palestina como un perro sobre el abrevadero en el que bebe". Pero no he oído a nadie afirmar que los polacos en 1939 estaban atrapados entre Hitler y Churchill (hablo de Churchill como encarnación del imperio británico; ya sé que sólo se convirtió en primer ministro en 1940). Seguro que en su momento, en el marco de los acuerdos nazi-soviéticos para repartirse Polonia, muchos comunistas, incluso de buena fe, consideraron a Inglaterra el "enemigo imperialista", pero la historia ha dejado fuera de juego esa argumentación; conviene aprender al menos eso de ella y saber qué errores no hay que volver a cometer, ni siquiera de palabra. Tras la invasión de Ucrania, establecer algún tipo de equivalencia entre Putin y Biden, entre el ejército ruso y la OTAN, entre un invasor y un provocador, carece de rigor y convierte a los ucranianos en víctimas manipuladas del fatalismo geopolítico y no de la libre decisión de Putin de bombardear sus hospitales. Eso es peligroso. El fatalismo geopolítico nos encierra en un realismo tan asfixiante que en él no caben la política, los pueblos, los principios ni las reglas pactadas -aún hipócritamente- por la comunidad internacional; y deja todo en manos de jugadores poderosísimos que juegan al ajedrez con nuestros cuerpos en la oscuridad. Apostar por la paz y por una solución negociada no puede hacernos olvidar quién está atacando a quién. No hay un conflicto; hay una guerra desencadenada por una invasión imperialista. ¿No conviene nombrar bien las cosas? Había un conflicto, sí, antes de esta guerra criminalmente provocada por Putin y habrá que reconducir de nuevo la guerra al conflicto y tratarlo desde la UE con más cuidado y menos arrogancia que hasta ahora. Pero eso mismo exige mucha ecuanimidad y ninguna equidistancia.

7. La OTAN no ha hecho nada nuevo en las últimas semanas, nada que la izquierda no haya criticado sin parar y en vano desde hace años. La invasión rusa, de hecho, no sólo es responsable de la invasión; lo es también de la resurrección de una organización militar que estaba, según palabras de Macron, en "muerte cerebral". ¿No debería ser esta una razón adicional para denunciar desde la izquierda el imperialismo ruso? Se habla con fundamento de la responsabilidad de la OTAN en el acoso geopolítico a Rusia, pero Ucrania no forma parte de la OTAN ni estaba encima de la mesa su ingreso, impedido por Francia y Alemania desde 2008. Algunos piensan, con ánimo legitimador o no, que Rusia se ha limitado a responder a la organización atlántica, última responsable de todo lo ocurrido. Pero también es legítimo preguntarse, al revés, como hacen muchos ucranianos bajo las bombas, si Rusia se habría atrevido a invadir su país de haber pertenecido efectivamente a la OTAN. Por lo demás, ¿la hazaña de Rusia no es la de haber conseguido que, a los ojos de muchos habitantes de la zona, la OTAN tenga de pronto sentido; que piensen en ella como en un refugio y una defensa? Incluso Balibar, marxista nada complaciente con el atlantismo, así lo contempla: la acción de Putin ha convertido una organización inútil y peligrosa en una protección objetiva. La OTAN se está frotando las manos por este regalo que se le ha hecho, pero hay que forzar mucho las cosas para pensar que todo lo sucedido (incluida la invasión rusa) es un pérfido plan suyo para rehabilitarse primero y devorar a Rusia después.

8. Se denuncia la hipocresía de la UE, que manda armas e impone sanciones mientras paga a Rusia, a cambio de su gas, 700 millones de euros diarios que Rusia utiliza en financiar la guerra que denunciamos. ¿Pero es hipocresía? Yo veo, sí, una contradicción, resultado de un inteligente chantaje ruso que la UE aceptó hace mucho tiempo y que no puede sacudirse sin consecuencias terroríficas, al menos en estos momentos. La pregunta es, ¿qué puede hacer la UE? Hay dos posibilidades: una, dejar de criticar a Rusia e ignorar o incluso apoyar su invasión, puesto que depende de su gas. Y otra: dejar de comprar su gas y trasladar los efectos de la guerra a los ciudadanos europeos de la manera más brutal. ¿Cuál es preferible? Hay una tercera opción, la llamada "hipocresía", a condición de que al mismo tiempo se tomen medidas para reducir las ganancias insultantes de las compañías eléctricas y para proteger a los europeos de las subidas de precios no atribuibles a Putin; y para cambiar las políticas energéticas a medio plazo, cosa que (en el caso de que realmente se quiera hacer) llevará su tiempo. Nuestras presiones, me parece, deberían ir en esa dirección.

9. Que la UE, que no está en guerra, deba evitar el lenguaje bélico, la propaganda y la rusofobia; que nuestros medios de comunicación deban medir sus palabras para no alimentar el belicismo maniqueo, no puede llevarnos a ver belicismo en la legítima defensa del pueblo ucraniano, al que habría que apoyar, sin dicotomías incendiarias, cuando lucha con armas y cuando lucha sin ellas, como también hacen (es importante recordarlo) algunos pacifistas que se resisten a enrolarse en el ejército. En realidad, los ciudadanos españoles poco podemos hacer. La defensa de Ucrania está en manos de los ucranianos que se defienden sobre el terreno y de los rusos que denuncian la guerra en su propio país. Hay que apoyar a los dos. Y no sabemos cómo. La discusión misma, cada vez más acalorada, expresión de nuestra impotencia, induce la ilusión paradójica de que del resultado de esa discusión depende la salvación de Ucrania y el destino del mundo. Pero no es así. Nuestras discusiones no suponen ninguna presión para ninguno de los actores. Si no somos capaces de impedir los desahucios o derogar la Ley Mordaza, ¿vamos a ser capaces de detener una guerra? La invasión de Ucrania ilumina los harapos mentales y organizativos de la izquierda. Ese es también un grave problema en una Europa en la que Putin está mucho menos aislado de lo que parece y en la que la batalla de la democracia, que es en realidad la única realmente nuestra, se está perdiendo por goleada. Por eso es muy importante, como dice con razón Zizek, la política europea de refugiados. La UE no tiene ni petróleo ni gas ni minerales raros; lo único que podría ofrecer al mundo (al que tiene que ganarse si no quiere que distintas formas de putinismo lo devoren) es un modelo distinto de gestión, realmente democrático y realmente fundado en los DDHH. Si no se entiende que esa es la batalla europea, la de las instituciones y la de la izquierda, la victoria de Putin, con independencia de lo que ocurra en Ucrania, está ya asegurada.

NOAM CHOMSKY


A medida que Rusia intensifica su asalto a Ucrania y sus fuerzas avanzan sobre Kiev, las conversaciones de paz entre las dos partes estaban programadas para reanudarse hoy por cuarta vez, pero ahora se han pospuesto hasta mañana. Desafortunadamente, algunas oportunidades para un acuerdo de paz ya se han desperdiciado, por lo que es difícil ser optimista sobre cuándo terminará la guerra. Sin embargo, independientemente de cuándo o cómo termine la guerra, su impacto ya se está sintiendo en todo el sistema de seguridad internacional, como lo demuestra el rearme de Europa. La invasión rusa de Ucrania también complica la lucha urgente contra la crisis climática. La guerra tiene un alto costo en Ucrania y en el medio ambiente, pero también le da a la industria de los combustibles fósiles una influencia adicional entre los gobiernos.

Si bien una cuarta ronda de negociaciones estaba programada para hoy entre representantes rusos y ucranianos, ahora se pospone hasta mañana, y todavía parece poco probable que se alcance la paz en Ucrania en el corto plazo. Los ucranianos no parecen propensos a rendirse, y Putin parece decidido a continuar su invasión. En ese contexto, ¿qué opina de la respuesta del presidente ucraniano Volodymyr Zelensky a las cuatro demandas centrales de Vladimir Putin, que eran (a) cesar la acción militar, (b) reconocer Crimea como territorio ruso, (c) enmendar la constitución ucraniana para consagrar la neutralidad, y (d) reconocer las repúblicas separatistas en el este de Ucrania?

Antes de responder, me gustaría enfatizar el tema crucial que debe estar en la vanguardia de todas las discusiones de esta terrible tragedia: debemos encontrar una manera de poner fin a esta guerra antes de que se intensifique, posiblemente para la devastación total de Ucrania y la catástrofe inimaginable más allá. La única manera es un acuerdo negociado. Nos guste o no, esto debe proporcionar algún tipo de escotilla de escape para Putin, o lo peor sucederá. No una victoria, sino una escotilla de escape. Estas preocupaciones deben ser lo más importante en nuestras mentes.

No creo que Zelensky debiera haber aceptado simplemente las demandas de Putin. Creo que su respuesta pública el 7 de marzo fue juiciosa y apropiada.

En estos comentarios, Zelensky reconoció que unirse a la OTAN no es una opción para Ucrania. También insistió, con razón, en que las opiniones de las personas en la región de Donbas, ahora ocupada por Rusia, deberían ser un factor crítico para determinar algún tipo de asentamiento. En resumen, está reiterando lo que muy probablemente habría sido un camino para prevenir esta tragedia, aunque no podemos saberlo, porque Estados Unidos se negó a intentarlo.

Como se ha entendido durante mucho tiempo, décadas de hecho, para Ucrania unirse a la OTAN sería más bien como si México se uniera a una alianza militar dirigida por China, organizando maniobras conjuntas con el ejército chino y manteniendo armas dirigidas a Washington. Insistir en el derecho soberano de México a hacerlo superaría la idiotez (y, afortunadamente, nadie lo menciona). La insistencia de Washington en el derecho soberano de Ucrania a unirse a la OTAN es aún peor, ya que establece una barrera insuperable para una resolución pacífica de una crisis que ya es un crimen impactante y que pronto empeorará mucho a menos que se resuelva, mediante las negociaciones a las que Washington se niega a unirse.

Las razones para EE.UU.-Reino Unido la concentración total en medidas bélicas y punitivas, y la negativa a unirse al único enfoque sensato para poner fin a la tragedia [tal vez] se basan en la esperanza de un cambio de régimen. Si es así, es criminal y tonto.

Eso es bastante aparte del espectáculo cómico de la postura sobre la soberanía por parte del líder mundial en descarado desprecio por la doctrina, ridiculizada en todo el Sur Global, aunque Estados Unidos y Occidente en general mantienen su impresionante disciplina y toman en serio la postura, o al menos pretenden hacerlo.

Las propuestas de Zelensky reducen considerablemente la brecha con las demandas de Putin y brindan la oportunidad de llevar adelante las iniciativas diplomáticas que han emprendido Francia y Alemania, con un apoyo chino limitado. Las negociaciones pueden tener éxito o fracasar. La única forma de averiguarlo es intentarlo. Por supuesto, las negociaciones no llegarán a ninguna parte si Estados Unidos persiste en su firme negativa a unirse, respaldado por el comisariado virtualmente unido, y si la prensa continúa insistiendo en que el público permanezca en la oscuridad al negarse incluso a informar las propuestas de Zelensky.

Para ser justos, debo agregar que el 13 de marzo, el New York Times publicó un llamado a la diplomacia que llevaría adelante la "cumbre virtual" de Francia-Alemania-China, al tiempo que ofrecía a Putin una "rampa", por desagradable que sea. El artículo fue escrito por Wang Huiyao, presidente de un grupo de expertos no gubernamentales de Beijing.

Parece que, en algunos sectores, la paz en Ucrania no ocupa un lugar prioritario en el orden del día. Por ejemplo, hay muchas voces tanto en los Estados Unidos como en el Reino Unido que instan a Ucrania a seguir luchando (aunque los gobiernos occidentales han descartado el envío de tropas para defender a Ucrania), probablemente con la esperanza de que la continuación de la guerra, junto con las sanciones económicas, pueda conducir a un cambio de régimen en Moscú. Sin embargo, ¿no es el caso que incluso si Putin realmente cae del poder, todavía sería necesario negociar un tratado de paz con cualquier gobierno ruso que venga después, y que se tendrían que hacer compromisos para la retirada de las fuerzas rusas de Ucrania?

Solo podemos especular sobre las razones de Estados Unidos y el Reino Unido. Concentración total en medidas bélicas y punitivas, y negativa a unirse al único enfoque sensato para poner fin a la tragedia. Tal vez se basa en la esperanza de un cambio de régimen. Si es así, es criminal y tonto. Criminal porque perpetúa la guerra viciosa y corta la esperanza de poner fin a los horrores, tonto porque es bastante probable que si Putin es derrocado alguien aún peor se haga cargo. Ese ha sido un patrón consistente en la eliminación del liderazgo en las organizaciones criminales durante muchos años, asuntos discutidos de manera muy convincente por Andrew Cockburn.

Y en el mejor de los casos, como usted dice, dejaría el problema del asentamiento donde está.

Otra posibilidad es que Washington esté satisfecho con la forma en que avanza el conflicto. Como hemos discutido, en su tontería criminal, Putin proporcionó a Washington un enorme don: establecer firmemente el marco atlantista dirigido por Estados Unidos para Europa y cortar la opción de una "casa común europea" independiente, un tema de larga data en los asuntos mundiales desde el origen de la Guerra Fría. Personalmente, soy reacio a ir tan lejos como las fuentes altamente informadas que discutimos anteriormente que concluyen que Washington planeó este resultado, pero está lo suficientemente claro como para que haya ocurrido. Y, posiblemente, los planificadores de Washington no ven ninguna razón para actuar para cambiar lo que está en marcha.

Vale la pena notar que la mayor parte del mundo se mantiene al margen del horrible espectáculo en curso en Europa. Un ejemplo revelador son las sanciones. El analista político John Whitbeck ha elaborado un mapa de sanciones contra Rusia: Estados Unidos y el resto de la angloesfera, Europa y parte del este de Asia. Ninguno en el Sur Global, que está observando, desconcertado, mientras Europa vuelve a su pasatiempo tradicional de matanza mutua mientras persigue implacablemente su vocación de destruir cualquier otra cosa que elija a su alcance: Yemen, Palestina y mucho más. Las voces en el Sur Global condenan el brutal crimen de Putin, pero no ocultan la hipocresía suprema de la postura occidental sobre crímenes que son una fracción de sus propias prácticas regulares, hasta el presente.

La invasión rusa de Ucrania puede muy bien cambiar el orden global, especialmente con el probable surgimiento de la militarización de la Unión Europea. ¿Qué significa el cambio en la estrategia de Rusia de Alemania, es decir, su rearme y el aparente fin de la Ostpolitik, para Europa y la diplomacia global?

Hay un breve período en el que las correcciones de curso siguen siendo posibles. Puede que pronto llegue a su fin a medida que la democracia estadounidense, como todavía lo es, continúe en su curso autodestructivo.

El efecto principal, sospecho, será lo que mencioné: una imposición más firme del modelo atlantista dirigido por Estados Unidos y basado en la OTAN y reducir una vez más los repetidos esfuerzos para crear un sistema europeo independiente de los Estados Unidos, una "tercera fuerza" en los asuntos mundiales, como a veces se le llamaba. Esa ha sido una cuestión fundamental desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Putin lo ha resuelto por el momento al proporcionar a Washington su más preciado deseo: una Europa tan subordinada que una universidad italiana trató de prohibir una serie de conferencias sobre Dostoievski, para tomar solo uno de los muchos ejemplos atroces de cómo los europeos están haciendo el ridículo.

Mientras tanto, parece probable que Rusia se desplace aún más en la órbita de China, convirtiéndose en un productor de materias primas cleptocrático en declive de lo que es ahora. Es probable que China persista en sus programas de incorporar cada vez más al mundo al sistema de desarrollo e inversión basado en la iniciativa de la Franja y la Ruta, la "ruta marítima de la seda" que pasa por los Emiratos Árabes Unidos hacia el Medio Oriente y la Organización de Cooperación de Shanghai. Estados Unidos parece decidido a responder con su ventaja comparativa: la fuerza. En este momento, eso incluye los programas de Biden de "cerco" de China por bases militares y alianzas, mientras que tal vez incluso busque mejorar la economía de Estados Unidos siempre y cuando se enmarque como competidora con China. Justo lo que estamos observando ahora.

Hay un breve período en el que las correcciones de curso siguen siendo posibles. Puede que pronto llegue a su fin a medida que la democracia estadounidense, como todavía lo es, continúe en su curso autodestructivo.

La invasión rusa de Ucrania también puede haber asestado un duro golpe a nuestras esperanzas de abordar la crisis climática, al menos en esta década. ¿Tiene algún comentario que hacer sobre esta observación mía bastante sombría?

Los comentarios apropiados superan mis limitadas habilidades literarias. El golpe no solo es severo, sino que también puede ser terminal para la vida humana organizada en la tierra, y para las innumerables otras especies que estamos en proceso de destruir con abandono.

En medio de la crisis de Ucrania, el IPCC publicó su informe de 2022, con mucho, la advertencia más grave que ha producido hasta ahora. El informe deja muy claro que debemos tomar medidas firmes ahora, sin demora, para reducir el uso de combustibles fósiles y avanzar hacia las energías renovables. Las advertencias recibieron un breve aviso, y luego nuestra extraña especie volvió a dedicar recursos escasos a la destrucción y aumentó rápidamente su envenenamiento de la atmósfera, mientras bloqueaba los esfuerzos para liberarse de su camino suicida.

La industria de los combustibles fósiles apenas puede suprimir su alegría por las nuevas oportunidades que la invasión ha brindado para acelerar su destrucción de la vida en la tierra. En los Estados Unidos, es probable que el partido negacionista, que ha bloqueado con éxito los limitados esfuerzos de Biden para lidiar con la crisis existencial, regrese al poder pronto, para que pueda reanudar la dedicación de la administración Trump para destruir todo lo más rápido y efectivo posible.

El juego no ha terminado. Todavía hay tiempo para la corrección radical del rumbo. Los medios se entienden. Si la voluntad está ahí, es posible evitar la catástrofe y pasar a un mundo mucho mejor. La invasión de Ucrania ha sido de hecho un duro golpe para estas perspectivas. Si constituye un golpe terminal o no nos corresponde a nosotros decidir.


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